El turista siempre ha sido reverenciado en la ciudad feliz . Víctimas de un inexplicable complejo de inseguridad, los cacereños reciben al visitante con una gran sonrisa, le enseñan lo mejor de su ciudad, le facilitan visitar museos, torres y palacios y no les cobran por nada, como si temieran espantarlos.

En el fondo, este gratis total es un ramalazo de inferioridad y un ejercicio de pleitesía. Cáceres se siente halagada con cada turista que viene, se esponja de gusto cada vez que alguien comenta que Cáceres es la gran desconocida. La ciudad feliz necesita que la quieran para sentirse segura, precisa que la halaguen y hasta parece que estuviera dispuesta a pagar por ello.

Tanto cuesta, tanto vale

Sin embargo, cuando los cacereños viajan a ciudades españolas y europeas de relativo valor monumental, han de pagar por todo: si quieren pasear por una muralla, subir a una torre, entrar en un museo o asomarse a un palacio, han de soltar unos euros. Y lo más curioso es que, como el resto de los turistas, lo hacen encantados, creyendo que si pagan por algo, esto tiene más valor.

En Santiago, Salamanca, Verona, Toledo, Oporto o Brujas, habría que pagar por visitar un centro de interpretación como el del palacio de Carvajal, por subir a la torre del Bujaco, entrar en el museo municipal o en el Pedrilla y hasta por visitar algunas iglesias. En la ciudad feliz , sin embargo, nada de nada, aquí, gratis total. Y el único museo que cobra, de propiedad privada, es el museo árabe, aunque la cantidad es tan simbólica que parece más bien una propina.

Pero parece ser que, por fin, esta falta de autoestima y este no creer en lo propio se va a acabar. Dentro de nada, los turistas habrán de pagar, aunque sólo sea un par de euros, al menos por visitar los museos, torres y centros de interpretación que dependen del ayuntamiento. Seguro que así valorarán más la visita, se detendrán más tiempo en la ciudad y se nos empezará a quitar esa cara de pardillos dadivosos que se nos estaba poniendo.

También llama la atención que en los museos y monumentos de la ciudad feliz no haya tiendas de arte donde se vendan libros, reproducciones, láminas y todos esos recuerdos delicados que tanto gustan a los turistas. Sólo en el museo de Cáceres hay una pequeña tienda. Abrió la pasada primavera, está en la zona de tránsito de las Veletas a los Caballos y, la verdad, tiene más trazas de tenderete que de boutique del arte .

Según recoge Josep María Montaner en su libro Museos para el siglo XXI , hace 100 años, los espacios complementarios sólo ocupaban una décima parte de los museos, mientras que actualmente, ocupan dos tercios de su superficie con cafeterías, restaurantes, tiendas y espacios administrativos y complementarios.

En 1996, el museo Thyssen de Madrid recaudó 333 millones de pesetas por entradas y 312 millones por la venta de recuerdos y detalles en sus tiendas. Y en Nueva York, el Metropolitan vendió en sus tiendas productos por valor de siete millones de dólares en 1975, mientras que en 1992, la cifra de ventas en sus boutiques del arte ascendió a 65 millones.

Lo mismo sucede con los restaurantes y las cafeterías. En el Guggenheim hace furor Berasategui y en el museo Van Gogh de Amsterdam hay siempre cola en el self service . Ya hay hasta guías de restaurantes de museos, pero en Cáceres sólo cuenta con cafetería el Vostell .

La ciudad feliz tiene que espabilar y aprovecharse de que recibe un turismo culto con poder adquisitivo al que le encantaría comprar delicadas reproducciones de las obras de arte que se conservan en los museos cacereños, tomarse un café en el jardín de las Veletas o degustar platos de autor en el restaurante del futuro centro de arte Helga de Alvear . Si hemos tenido la suerte de habitar en la belleza, aprovechémonos de ello y no seamos tan pardillos.