Cuando José Manuel Fernández empezó a trabajar en la tintorería Limsec, en la calle Periodista Sánchez Asensio, el cine no existía y su lugar lo ocupaba el sanatorio Santa Ana. Él también recuerda Muebles Cordero y un gran centro farmacéutico. Era febrero de 1966 y sólo tenía 14 años. «Entré de aprendiz, siendo un muchachillo. Al tiempo ascendí y me hicieron oficial. Y después, ya en el 2000, cuando se jubilaron los antiguos dueños, me quedé yo el negocio como autónomo», rememora. Ahora pone punto y final a cincuenta años de ardua labor. «Cumplo los 65 en enero. Me jubilo. El 31 de diciembre, cierro», anuncia.

«Ha cambiado todo. La zona bastante, y la maquinaria también. Cincuenta años dan para mucho», prosigue José Manuel. «Antes, todo el trabajo era manual. Ahora ya no tienes que hacer tantas cosas. ¡Metes una tarjeta y la máquina lo hace sola!», dice. Y afirma que también han variado mucho las condiciones de trabajo. «Al principio era muy rentable. Ahora ya no tanto. Ha subido mucho el tema de los impuestos. La verdad es que vivo el momento con cierta nostalgia, pero con ganas de cambiar de vida», valora.

La vida que le ha dedicado José Manuel a la tintorería Limsec ha ayudado a sacar adelante a su familia (tiene mujer y un hijo). Y no sin sacrificio. «Este tipo de negocios necesitan muchas horas. Los horarios que yo he tenido han sido de mañana y tarde. Con pocos días libres», cuenta. Y recuerda algunas de las historietas que ha vivido tras el mostrador de su tintorería. «Nuestro procedimiento siempre ha sido mirar los bolsillos. Nos hemos encontrado de todo. Relojes, carteras y dinero. Algunas veces sumas bastante grandes». Menciona la joya de una señora, un medallón que había traído desde Roma, o las 100.000 pesetas que encontró en un pantalón en 1996. «¡Pero lo devolvemos todo! Siempre hemos sido serios», asevera.

El dueño del local, dice, no quiere traspasar el negocio, por lo que calcula que diciembre de 2016 será el último mes de Limsec. Y José Manuel tiene claro qué se guardará de los últimos cincuenta años. «Me quedo con la satisfacción personal de haber dado un buen servicio. Y también con mi clientela, que muchos han venido a decirme que no me jubile. Les estoy muy agradecidos. Así que me quedo con eso. Con mis errores y con mis aciertos».

A partir de enero, prosigue, quiere cambiar de vida. «Termino un ciclo y espero poder empezar otro más tranquilo», revela. Su «campino» jugará un papel de vital importancia en ella. «Tenemos uno y espero pasar en él parte de mi jubilación. Allí siempre hay algo que hacer. Cuando no tienes que cortar la yerba es la pared, que se está cayendo un trozillo». A sus 65 años, y tras 50 de trabajo, se lo ha ganado a pulso.