«Nos ha dejado Felipe Pulido, el que fuera párroco de mi barrio. Recordaba con nostalgia los buenos momentos que vivimos en compañía de Manolo González, presidente de Cocemfe, juntos trabajando mucho, dando la tabarra más, pero siempre con educación conseguimos dinamizar nuestro joven barrio y logramos que se le dotase de infraestructuras y servicios; humildemente creo que dimos un buen ejemplo». Quien así se expresa es Chema Tovar, el que fuera presidente de la Asociación de Vecinos de Nuevo Cáceres, barriada que acaba de decir adiós a uno de sus hombres más queridos, don Felipe Pulido, durante muchos años párroco de la Sagrada Familia. Fue don Felipe precisamente el precursor de esta iglesia en tiempos de Ciriaco Benavente como obispo. Primero oficiaba las misas en la planta de arriba del Ateneo hasta que finalmente hizo realidad su empeño de que el barrio tuviera su parroquia. Y todos le querían, por lo bondadoso que era y por lo que se entregaba a los demás.

Ayer, dos de sus grandes amigos, Francisco Ibáñez Cabanillas (que fue tesorero del ayuntamiento) y su mujer, Mery Barrios Hernández, recordaban la figura del sacerdote nacido en Montánchez el 11 de agosto de 1940. Don Felipe pasó por los seminarios de Badajoz, Coria y Cáceres, estuvo en Pamplona, como párroco en Salvatierra de Santiago y fue el obispo Llopis Ivorra quien al percatarse de que Pulido era un gran intelectual, lo trajo a Cáceres. Aquí estuvo en el colegio Diocesano, fue profesor en Filosofía y Letras, en Magisterio, experto en Antropología, delegado de Enseñanza del Obispado, del Movimiento Familiar Cristiano, capellán de la residencia universitaria Santa Teresa de Jesús y del colegio San José.

A consecuencia de sus problemas de corazón, los últimos años los pasó como canónigo de la concatedral de Santa María. De él queda su imborrable recuerdo de buen hombre, amigo de sus amigos, sencillo, agradable, ayudó a pagar muchas matrículas de la universidad porque nunca tuvo nada suyo. Todo lo entregó a los demás.