Es verdad que la política de vivienda de la Junta era el fruto del trabajo sucesivo de Javier Corominas, María Antonia Trujillo y Leonor Martínez-Pereda, pero también es verdad que los ciudadanos habían convertido a esta última en su consejera fetiche, en un símbolo: su imagen se asociaba a un piso de diez millones de pesetas.

Esta vecina cacereña de la Sierrilla era ya para todos Loncha, la chica de la inmobiliaria; Martínez-Pereda, la mujer de las viviendas a 60.000 euros; Leonor, la reina indiscutible del music-hall de la política regional.

Sus apariciones estelares en los teatros de la comunidad eran más esperadas que los recitales de la Pantoja y, tras el concierto de Fiti y los Fitipaldi en el hípico de Cáceres y el Yo Claudio de Héctor Alterio en el teatro de Mérida, ninguna otra atracción había concitado tanta asistencia de público el pasado año en Extremadura.

Doble función teatral

La exconsejera de Fomento, expresidenta de la Agencia Extremeña de la Vivienda y exvedette de los escenarios regionales había comenzado tímidamente su gira presentando su espectáculo El pisito en el auditorio del Meiac de Badajoz, pero el abarrote fue tal que sus siguientes estrenos se realizaron en grandes teatros y auditorios y en algunas ciudades hubo que programar doble función.

Su imagen, micrófono en mano, paseándose frente a las candilejas, dominando el tempo dramático, con el público arrobado, los palcos rebosantes y los aplausos fáciles, había puesto de los nervios al PP, al PSOE, a los constructores, a las inmobiliarias, a los especuladores y a los rentistas. Demasiados nervios en demasiada gente.

Para el pueblo, Loncha se había convertido en la roja elegante que iba a solucionarles la vida. Y al pueblo, qué le vamos a hacer, le encanta esa figura contradictoria de la roja pija. Para las fuerzas vivas, era tan sólo un alfiler enfilado directamente al centro de la burbuja inmobiliaria.

Había ayuntamientos socialistas donde el despacho del alcalde no estaba presidido por una foto del primer munícipe con el presidente o el rey, sino con Leonor Martínez-Pereda. Y es que su fina estampa alegraba más las paredes que una barba. En fin, que tanta primera plana y tanta fama acabaron por convertirla en sospechosa, pues ya se sabe que en política se consigue más siendo inútil y discreto que siendo eficaz y brillante, pero demasiado espectacular.

En la ciudad feliz gustaba esa imagen elegante y rompedora de Loncha Martínez-Pereda. No era de las de toda la vida, pero le daba caché a los vinos sabatinos por los aledaños de Cánovas. En Cáceres gustan más discretas, más modositas, pero si hay que llamar la atención, que sea por lo glamuroso, no por la ordinariez.

Lo que en la ciudad feliz pocos conocían era la faceta superwoman de armas tomar de doña Leonor. Cuando se enfadaba podía temblar hasta la torre del Bujaco e incluso ¡soltaba tacos! Y ahora se ha enfadado. No le gustó el cese como consejera de Fomento, que ahí ya se barruntaba que tanto auditorio y tanto Gran Teatro no acababa de gustar al aparato: una cosa es ser florero y otra muy distinta sacar los pies del tiesto.

Loncha no se arredró y se descolgó con unas declaraciones quizás atolondradas que casi sonaban a provocación y a vuelo libre sin motor. Para unos fue la excusa perfecta para frenar sus ímpetus, para ella se convirtió en el pretexto ideal para cortar con una situación en la que no se encontraba a gusto.

Ha dimitido empleando su oscura cara airada: sin dejar espacio ni tiempo para los atajos y las presiones. La ciudad feliz ha ganado una vecina que ahora podría centrarse en la política local y la región está un poco más triste y un punto menos jacarandosa porque ha perdido a su reina del music-hall .