El botellón ha dado fama de marchosa a la ciudad feliz , pero aquí siempre gustaron la juerga, el cortejo y el bailoteo. No vamos a referirnos ahora a sociedades de baile de principios de siglo tan famosas como La truca y la cuca, La teta negra o El pernil de las doncellas, sino a salones públicos donde hace medio siglo Cáceres se solazaba.

El más famoso de todos era La Gallega, que contaba con varias salas para el requiebro y la danza y estaba situado en lo alto de la calle Santa Gertrudis. Otro local muy popular era el Ansandi, en la calle Gallegos. Finalmente, en la calle Moret, el café Viena contaba en su primer piso con un salón dansant .

Se celebraban además bailes esporádicos con motivo de fiestas y banquetes en La Rosa , en los hoteles Toledo y Alvarez, en los casinos y en el popular Salón de la Sal , situado al final de la calle Margallo. En todos estos lugares, lo más emocionante no era bailar, sino partir.

La ceremonia era la siguiente: las señoritas bailaban juntas y agarradas, si dos varones se fijaban en ellas, se acercaban y les pedían partir el baile, o sea, una para cada uno. Llegaba entonces el momento culminante del cortejo porque ellas tenían que decir que sí o que no por consenso, no valían las decisiones contrapuestas. Se retiraban las dos a deliberar y al poco decidían afirmativa o negativamente.

Durante años, los salones de baile fueron la diversión favorita de los cacereños hasta que en los años 60 llegaron las discotecas. La iluminación endiablada y luciférica llenó de matices rojos las salas de baile, que ahora se llamaban boites y perdían la reciedumbre de apelativos patrios (La Gallega , Salón de la Sal ) para adornarse con vocablos pecaminosos por elocuentes (Faunos , Eros ) o por ingleses (Bols ).

NO ME APETECE BAILAR

En aquellas primeras discotecas no se partía, sino que se sacaba. "¿Bailas?", solicitaba él. "No me apetece", negaba ella modosita. Faunos era un lugar muy de soldados, muy de chicas internas de los pueblos y muy de becarias de la Universidad Laboral. Es decir, un local altamente peligroso donde parecía que en la puerta entregabas al portero, a la vez que tu entrada, tu virtud.

Bols era como más decente, más de cacereñitos de buena familia. Para entendernos, Bols también era pecado mortal, pero al menos pecabas con gente de apellido y no con un recluta de Monforte de Lemos.

Después, todo se desmadró. Se perdieron los ritos, se acabó el agarrao , el chupito derrotó al besito y el botellón destrozó las tradiciones hasta que este otoño han vuelto a ponerse de moda los salones de baile por las exigencias horarias de la autoridad.

El salón de moda en la ciudad feliz se llama Versus, abrió hace un mes y el público forma colas de 100 metros ante su puerta. En Versus, la principal atracción no es el agarrao ni el bakalao , sino el pinganillo . La puerta, el vestíbulo, las escaleras, la sala... Todo está lleno de porteros con traje... y pinganillo , de mulatos esbeltos... con pinganillo , de vigilantes vestidos de calle... y pinganillo .

El pinganillo es un auricular transparente que rodea las orejas y juega con la estética de James Bond, igual que las camareras parecen inspirarse en la película ´Bar Coyote´: escotes peliagudos, ombliguillos desopilantes, manejo malabarista de las cocacolas...

La verdad es que el espectáculo es una remake neoyorkina de bajo presupuesto. En Versus no te traen las copas chicas en patines, no descienden gogós espectaculares del techo ni hay bois evanescentes quitándote el aliento, pero se ve mucho barman con cocorota tipo bola de billar, mucha barwoman con melena color violín y, fundamental, todo se juega a la altura de la cintura: allí cuelga el receptor del pinganillo , allí guardan las camareras los abrebotellas y allí se esconde el misterio insondable y eterno que atrajo la ciudad feliz a La Gallega en los 40, a Faunos en los 70, a Versus en el siglo XXI.