El alcalde de Mérida, Pedro Acedo Penco, ha anunciado que no acudirá a Cáceres a presenciar los fastos del Día de Extremadura. No sé cómo habrán recibido ustedes la noticia pero a mí se me han saltado las lágrimas. Porque un Día de Extremadura sin el alcalde de Mérida no es lo mismo que con él. Hay que ver la dignidad, esplendor y prestigio que le daría a los actos programados la mera presencia del señor Acedo.

Y no digamos si preside algún evento. Pero no solo ni principalmente porque sea alcalde de la capital extremeña, que eso ya lo han sido otros y lo serán más aún, sino porque se trata de una especie a extinguir. La de los aldeanos. Es decir, aquellos que no tienen más horizonte que los límites de su pueblo y que piensan que solamente su pueblo tiene derechos, privilegios y capacidad para llevar a cabo cualquier acto de relumbrón.

En su cabeza, paradójicamente, no cabe otra cosa que su aldea y se muestra incapaz de comprender que otros aspiren a cotas importantes, por mucho que ellas redunden en beneficio de toda la región.

Seguramente pensará que se le debería haber ocurrido a él aspirar a la capitalidad cultural europea, pues nadie con más méritos pisa esta tierra. Y si no es él, nadie. Pero aún más lágrimas me salen cuando pienso en las potencialidades que por el hecho de ser capital de la región tiene la ciudad de Mérida y lo poco que las han rentabilizado.

Pero si la postura del señor Acedo es incomprensible y ridícula, la de su partido es lastimosa. Si la Junta de Extremadura ha improvisado, que lo critique, es su obligación, pero que no hable de enfrentamientos entre ciudadanos. No es cierto. Los cacereños no estamos enfrentados a nadie. Ni siquiera al señor Acedo. A pesar de los esfuerzos que hace el Partido Popular para enfrentarnos. Y menos mal que el alcalde de Cáceres, José María Saponi, pertenece al PP.