Cierto y verdad es que en esta tierra nuestra se otorga la denominación de palacio con una ligereza increíble. En cualquier caso, Alfonso IX lo dejó bien claro tanto en el Fuero latino como en la versión romanceada: mando que en toda Ca§eres non aya synon dos pala§ios, el del rrey e el otro del obispo . El Alcázar real se alzó en lo que hoy es la Plaza de las Veletas, en la parte alta de la Villa, el obispo de Coria tuvo su solar en la parte baja. ¿Cuál es el motivo de la permanente presencia de los obispos de Coria en Cáceres, en una época en la que no existía --ni remotamente-- el concepto de capitalidad? La notable extensión de su término hizo que los obispos quisieran sentirse cerca del poder económico y social, a pesar de que insisten en que su reino no es de este mundo. Así pues, se prefería Cáceres a Coria y desde la creación de la Diócesis de Coria-Cáceres en el siglo XX el Ordinario reside aquí.

El primitivo solar del Palacio Episcopal se situaba frente a la entonces Puerta Nueva (hoy Arco de la Estrella) y su torre controlaba ese acceso a la ciudad, protegido por la imagen titular de la misma, la Virgen de la Antigua, pintada en 1547 por Lucas Holguín. La pintura desapareció en 1726 al derribarse. La torre se elevó en ladrillo a gran altura en 1418 por obra del Obispo García de Castronuño. Esta torre fue tomada en las banderías de los Alvaros, (a la sazón Alvar García de Cáceres, Alvaro de Aldana y Alvaro de Sande) allá por el año de 1432 con el objetivo de atacar, aprovechando la privilegiada situación de la misma, el vecino solar de los Mayoralgo.

La obra de Galarza

Con la ampliación del palacio, se abrió la puerta de la Calle de la Estrella de la mano del obispo Francisco de Mendoza en el segundo tercio de la siguiente centuria. Hermosísima, con un arco bilobulado que sirve de sustento a sus armas, enmarcadas por un alfiz, probablemente reutilizado. Pero la principal reforma la llevaría a cabo un verdadero príncipe del Renacimiento, García de Galarza, obispo de Coria entre 1579 y 1603. A él se debe la ampliación casi definitiva del solar y la construcción de la fachada principal a la Plaza de Santa María.

Esta se concibe como una gran escenografía que da unidad a las diferentes etapas constructivas, cayendo, como un inmenso tapiz sobre el flanco este. La fachada se muestra como un inmenso arco triunfal, con columnas sobre estípites que sujetan el entablamento, sobre el que se cinceló la inscripción para los restos: D. García de Galar§a Obispo de Coria 1587 . El conjunto se completa con puntas de diamante y dos medallones en las enjutas. A la izquierda del espectador un busto representando las Indias Occidentales, a la derecha otro que muestra las Indias Orientales. Orgulloso programa iconográfico de aquellos días en los que no se ponía el sol en España. Las armas de Galarza en la parte superior, con la garza y su lema: Ex alto . No puedo pasar por alto un detalle exquisito, el llamador de la puerta, con las armas del Obispo Diego Enríquez de Almansa (1550-1565).

Una de las tres portadas actuales del palacio, la occidental en el Adarve del Obispo Alvarez de Castro, procede del Colegio Viejo de San Pedro y se instaló allí tras su demolición. Estilísticamente guarda similitudes con la fachada principal, pero los relieves representan en este caso a dos de las Virtudes Capitales.

Entrando en el interior del palacio y traspasando el zaguán, al que dio aires andaluces el Obispo Jesús Domínguez, vemos el patio (que ha sufrido una serie de reformas que le privan de la elegancia que se le presupone) en torno al cual gira toda la construcción. Nos encontramos, probablemente, ante la zona más antigua del palacio. Sobre sus muros, reposan las armas de distintos prelados. La más destacable quizá sea la del Obispo Castronuño, que se corona con mitra.

Es especialmente curioso ver la disposición desigual, así como el número arbitrario de las borlas que cuelgan de los capelos en los blasones anteriores a 1832, cuando la Santa Sede estableció la jerarquización de insignias, debido al abuso que muchos eclesiásticos hacían de éstas. Frente a la elegancia de los antiguos escudos episcopales, contrastan los modernos, caprichosamente inventados por los Ordinarios más recientes, y sus peregrinas composiciones. Aquí se instalan las dependencias de la Curia y el Archivo Episcopal, en el que tantas horas pasó --desentrañando genealogías-- un adolescente triste, quien, demasiado desengañado con los vivos que le rodeaban, decidió consagrarse a los muertos. De aquellos polvos vinieron estos lodos, pero alguna riada se llevó, para siempre y sin remedio, la tristeza y la adolescencia.