Hace 23 años Amalia García Mora hubiera sido incapaz de hablar con la misma serenidad, fuerza y valentía con la que lo hace ahora, sentada en el sofá de su acogedora casa, desde donde rememora para este diario la secuencia del atentado contra su marido, Pablo Sánchez César, un policía nacional que había solicitado su destino voluntario a San Sebastián en la década de los años 80.

"Aquel día lo tengo supergrabado . A las ocho de la mañana en punto salió de casa, iba a coger el tren. Salieron dos chavales y se lo cargaron. Fue en la misma puerta. Oí el tiroteo y me imaginé que lo habían matado... Cogí a mi hija de la cuna y no hablé con ningún periodista. Hubo un funeral a las ocho de la noche y a las 10 nos lo trajimos a Hoyos".

Fue en ese momento cuando las cosas cambiaron para ella de un modo radical. "La vida te la parten por la mitad y lo pasé fatal durante muchos años. Eramos una pareja muy feliz, teníamos 23 años y vivíamos de maravilla. Pero todo cambió..."

A partir de entonces, Amalia se volcó en la educación de su hija, una personita que sólo tenía 17 meses cuando ETA se llevó a su padre. "La niña me ha dado mucha fuerza. Para mí sólo existía ella. Pero también hay que reconocer que el golpe te hace dura, te hace muy fuerte".

Esa entereza es la que le hace recordar, como si fuera ayer, el momento en que vio a su marido en el suelo. "Medía 1,80 y lo vi allí, en el suelo, lleno de balazos... Le dispararon nueve balas por la espalda, lo ametrallaron vivo. Yo siempre le decía: "Pablo, llévate el arma" , pero él era más inocente y aquel día se la dejó en casa".

Los asesinos de su marido murieron ardiendo en un piso antes de ser capturados por la policía, aunque el cabecilla de la banda sigue vivo. Pasado el tiempo, Amalia ve lejana y difícil la solución al conflicto terrorista. Su concepción de ETA se resume en el siguiente párrafo: "Son unos asesinos grandísimos. Deberían hacerles lo mismo que hacen ellos. Todo el que mata, matarlo".