Y dejando atrás la puerta romana, continuamos --peregrinos errabundos-- nuestro paseo eterno por el Adarve del Cristo, encaminándonos hacia uno de los lugares más desconocidos de intramuros, incluso para los cacereños, la Portería de Jesús, uno de los dos barrios de arquitectura popular que se cobijan dentro de la cerca. Desconocido por el desprecio que la arquitectura no culta ha producido en cierta visión de la historia que sólo prima lo grandilocuente, desconocido, reconozcámoslo, por pura y dura ignorancia. Por esa ignorancia que lleva a derribar "casas viejas que desprestigian el Patrimonio de la Humanidad" (en palabras de algún político), cuando esas "casas viejas" son tan testimonio de la historia como lo pueda ser un palacio.

La Portería de Jesús no comparte la fama del otro barrio pechero, San Antonio de la Quebrada, más conocido por su ermita, y, señalaré que hasta bien entrada la época moderna, estas dos zonas fueron las únicas que recibieron nombre intramuros. El barrio se extiende por el Adarve del Cristo, Obras Pías de Roco, Gloria y Amargura. El nombre lo recibió del Convento de Santa María de Jesús, que ya visitamos en el paseo de la Diputación. La entrada al cenobio se realizaba por la calle Amargura, y dio nombre a este barrio de construcciones populares.

La calle Amargura se denomina así por el cementerio de Santa María, que se situaba junto al ábside del templo, frente al palacio de Carvajal, de hecho, la antigua entrada a estas casas se realizaba mucho más abajo, cerca del acceso al convento. Allí se ve una antigua entrada y, junto al acceso al garaje, los restos de una torre. El cementerio de Santa María era un lugar bastante animado, sobre él se celebraban mercados, había tiendas, hornos y, en tiempos antiguos, se reunía el Concejo, bajo la finestra de Sancta María. La convivencia con la muerte en tiempos de guerra, enfermedades y hambre era bastante natural.

Subiendo Amargura desde el Adarve vemos varias portadas, la primera, una pequeña de medio punto, y más tarde las portadas del convento de Santa María de Jesús, una --hoy cegada-- arquitrabada, con ménsulas, decoraciones incisivas y dos escudos raspados sobre el dintel. Sobre la misma hay una ventana con un hermosos arco rebajado. Otra, más arriba, con arco de medio punto que presenta pequeñas dovelas. A mitad de la calle surge la calle de la Gloria, que da origen al dicho cacereño, con tintes de novísimos: para ir a la Gloria se pasa por la Amargura.

A esta vía se la nombra en documentos antiguos como la calle de Pedro Topete, por estar situada en ella uno de los solares más desconocidos de Cáceres, el de los Topete, familia vieja que pasó a Alcántara y que entroncó con los Ulloa del Castillejo. La construcción presenta una agresiva reforma exterior, con vanos amplios arquitrabados, y sólo dos detalles nos hablan de su carácter señorial, el volumen de la misma y la hermosa portada de medio punto, de amplísimas dovelas, cuya belleza se desvirtúa por uno de los gruesos cables que aún surcan la villa de muros adentro.

La calle de la Gloria sale, en su extremo opuesto a Obras Pías de Roco, donde se encuentra el convento de las Hijas de la Caridad y su encomiable obra caritativa. Hacia el lugar donde estuvo el Arco del Socorro se abre la Casa de los Condes de Trespalacios, recientemente vendida y actualmente en reforma, a la que se accede bajo el arco que une esta casa con la de los Márquez de la Plata. La casa (que se construyó aprovechando la Torre del Socorro) presenta a esta calle una interesante fachada dieciochesca con unas magníficas rejerías.

Pero la mayoría de las viviendas son de carácter popular, realizadas con mampostería y mortero y fachadas encaladas. La tipología es de dos plantas, con amplio zaguán y pasillo que permite el acceso a los corrales y distribuye las habitaciones, todo ello bajo bóvedas, que contrastan con techos de cañizo en la alta, donde se sitúan la cocina y otras habitaciones. Las dos plantas permitían un desplazamiento hacia abajo en verano y hacia el piso superior en invierno. Los tejados, a dos aguas habitualmente, se coronan de hermosas chimeneas. El carácter humilde de estas viviendas no es óbice para que presenten buenas muestras de cantería en las portadas, y hay algunas muy bellas, como el número 4 de Obras Pías de Roco.

Los nombres de quienes habitaron estas casas no han pasado a la gran historia, pero ellos también conformaron Cáceres, el carácter humilde de las construcciones no debe ser óbice para admirar la belleza que existe en lo cercano, la hermosura que puede haber en lo cotidiano, la riqueza histórica que muestran sus muros, también eternos. Abandonamos hoy la Villa Alta, que, pese a su aparente solidez y arrogancia no es más que una niña, que tiene torres por cabeza, llenas de pájaros, y necesita de la defensa de la cerca, de los altos muros, de las altas albarranas para sentirse segura.