Sentada en un extremo del luminoso salón de la residencia cacereña de la Consolación, Amelia Sánchez del Viejo vivía ayer emocionada su centenario. Con cuatro hijos en vida, ocho nietos y 18 biznietos, la esposa del histórico industrial cacereño Marcelino Sánchez esbozaba una sonrisa entre ramos de flores, una placa dedicada por el centro y sus compañeras y una carta de su amiga y profesora Pilar Martín Gil, en la que destacaba sus ganas de vivir y la suerte de tener aún familia, salud y amistad.

Apenas podía articular palabra. Y eso que Amelia tiene fama de ir cantando por los pasillos antes de arrastrar un catarro que no es obstáculo para tener un magnífico aspecto. "Es muy coqueta y le gusta arreglarse mucho", decían ayer las trabajadoras de la residencia, que ponían siempre por delante el carácter afable de la anciana centenaria.

Amor por la familia

Y es que Amelia fue una de las pioneras en el centro desde que se abrió hace cinco años. Llegó de las primeras y pronto se hizo con el cariño del personal. Era curioso ver con qué cariño hablaban ayer de ella. Atrás quedaron los tiempos en la casa de San Antón donde compartió la felicidad con su marido, ese empresario audaz y adelantado a su tiempo que vendía desde recambios a maquinaria agrícola. Luego vino el traslado a la casa de su hija Amelia en la avenida de España. "Su familia ha sido su pasión", recordaba ayer esta mujer de 74 años, la segunda de sus cuatro vástagos --José, Manuel y Ricardo-- que cuentan con 76, 69 y 67 años, respectivamente.

"Se ha emocionado mucho", aseguraba con una sonrisa en los labios. Desde que volvió a casa, Amelia estuvo dedicada a su madre hasta que se trasladó a la cercana residencia de la calle General Yagüe. "Ha tenido mucha suerte porque a sus 100 años no ha visto morir a ningún hijo. Además, ha tenido una salud a prueba de bomba", decía ayer su única hija.

Ahora su vida ha cambiado. Rodeada de amigas, entre las que se puede contar a la antigua taquillera del Capitol, la abuela centenaria sólo ha perdido parte de su capacidad auditiva y sigue teniendo buen apetito. "Le encantan las chuletas", afirmaban las cuidadoras que le dan de comer a diario.

Sus aficiones siguen siendo las mismas: disfrutar del tiempo con los suyos. Con ellos puede hablar de cómo su Cáceres ha cambiado y de los recuerdos de Montijo, su pueblo natal. La vida ahora es feliz, como mostraba ayer su cara y ese pelo esmaltado en blanco que demuestra que el tiempo es un aliado para los que disfrutan del lujo de seguir vivos. Amelia Sánchez es todo un ejemplo.