A la hora de buscar pareja sexual, las hembras de los animales prefieren machos fuertes. Entre los humanos se buscan unos ojos bonitos, una melena sugerente o unos andares cadenciosos. La fortaleza del macho garantiza a los animales sustento y una descendencia abundante y sana. ¿Qué garantizan los ojos, la melena o los andares? Absolutamente nada.

Mientras la pareja humana se concebía como un negocio, las cosas funcionaban razonablemente. El amor era producto de la voluntad. Quiere aquello que la razón le presenta como un bien. Pero de repente entraron en juego los sentimientos, se colocaron por encima de la razón, y empezaron las tragedias. El color de unos ojos era preferible a una voluntad fuerte, las dimensiones de una melena valían más que la estabilidad económica, los andares procuraban más emociones que un sano color de cara. El amor romántico ha producido tantas víctimas como la peor de las guerras e incluso las ha originado. La gente muere por amor. ¿Existe alguna persona de tal calibre como para que su ausencia te lleve a la muerte? Cae en depresiones, se arruina y es más desgraciada por culpa del amor. Y hace el ridículo. Luego resulta que los ojos sufren cataratas, la melena se convierte en calvicie y la artrosis impide el caminar. El amor romántico tiene fecha de caducidad. El amor racional permanece.

Imagínese lo que pensaría su pareja le dijera: "Gracias a tu herencia nuestros hijos pueden estudiar en Madrid, gozan de buena salud por la calidad de tus genes y han salido trabajadores meced al ejemplo de tu fuerza de voluntad". Si desea mantener la pareja, siga con las pamplinas: "Es un placer mirarse en tus ojos, perder los dedos en tu melena y besar tus tentadores labios". Y celebre san Valentín, aunque sea con retraso.