El sábado asistí a la cena que clausuraba los actos celebrados con motivo del vigésimo quinto aniversario del IES Hernández Pacheco. Frecuento menos de lo debido el centro no porque odie el olor a panceta, sino porque el horario que me ha hecho mi jefa de estudios, y de todo, está repleto de actividades que me ocupan gran parte del día. Que si compra la carne, que si acércate a la tintorería... Y además, porque cada vez que voy por allí se me saltan las lágrimas.

Se me acerca Félix Candela. "Qué poquito me queda para ser como tú". No menos expresivas son las palabras y la cara de César: "¡Qué envidia me das!". Concha me saluda con el relato de algún sucedido que pone de manifiesto la acogida que tienen hoy la mayoría de las explicaciones magistrales.

Tirso, en el rincón de su propiedad, recuerda que me vio de paseo. Julia adjunta una queja sobre la falta de compromiso de sus alumnos. Alfonso manifiesta una gran alegría por verme cada día más joven. Me llegan los ecos de un "cojones". Y es que resulta muy difícil aprender lenguas de mayor. María Eugenia piensa que ha tenido un sueño pero no es así. Es verdad que hubo un tiempo en el que los alumnos estudiaban, el profesor era respetado, los padres exigían esfuerzo a sus hijos, no existían la inspección técnica ni los pseudosicopedagogos y la enseñanza y la educación funcionaban.

Es verdad que hubo una época en la que el personal estaba convencido de que la educación era la mejor manera de transformar a la sociedad. Pero no es menos verdad que en estos momentos los profesores están más pendientes de cuántos años les quedan para jubilarse que de otra cosa. Aunque algún ingenuo piense que están dedicados a las nuevas tecnologías. ¡Pero si los hay que creían que el Linex era una modalidad de pañuelos!.