Los niños bajan en tropel del autobús y sus padres españoles no pueden parar de llorar: los tocan, los abrazan, los miran de arriba a abajo, los achuchan, los besuquean... "¡Qué nervios! Llevaba un año sin ver a Harbuza", declara emocionada una vecina de Casar de Cáceres. Los niños, todos de ojos grandes y piel dorada, se contagian del ambiente, lloran, algunos se intimidan porque es su primer año, pero todos traen la expectación en su mirada, la feliz perspectiva de un verano en el oasis extremeño.

Ayer, en plena siesta, con los termómetros rozando los 40 grados, desembarcaron en Cáceres los niños saharauis del desierto. Una última expedición de 25 menores de los campamentos de refugiados de Argelia completó el amplio grupo de 135 pequeños, llegados poco a poco, que este verano disfrutarán del programa Vacaciones en Paz en la provincia de la mano del colectivo Amigos del Pueblo Saharaui. "Tenemos incluso más demanda: unas siete familias se han quedado esta vez sin niños, aunque intentaremos traer más en líneas regulares", explicó ayer Antonio Hernández, responsable de la asociación en Cáceres, acompañado por la concejala Basilia Pizarro.

Las familias cacereñas se muestran encantadas y la mayoría repite experiencia. Durante los dos meses de estancia, les alimentan lo mejor que pueden, les llevan al médico y les facilitan toda la diversión posible antes de su partida al desierto.

"Mi niña es la alegría de casa, lleva cuatro veranos con nosotros, pero a veces sólo podemos hablar cada sesenta días", decía llorosa Pilar. "La auténtica pena es no poder ayudarles más", comentaba a su lado Ana tras meses sin ver a Aza Mohamed, su pequeño saharaui de 10 años.