Aún no ha olvidado aquella vez que se quedó encerrado de madrugada en el balcón de la residencia de la calle Pizarro en la que vivió cuando fue estudiante. Ahora, casi una década después, si repitiera la misma escena, el artista Antonio Peregrín (Madrid, 1982) podría ver la fachada de María Mandiles, el pub donde inauguró anoche una exposición con una decena de sus obras más recientes.

Con cara de no haber roto un plato, más tímido que atrevido, y sin más pretensiones que mostrar sus dibujos y grabados, Peregrín asegura que Pizarro "tiene mucho valor emocional" y prefiere bromear con la idea de que le llamen artista.

Su vida lleva el nombre de los lugares que le han visto crecer: Navalmoral, Villafranca de los Barros, Canadá, Salamanca --donde estudió Bellas Artes-- y Cáceres forman parte de su periplo vital. "He dado algunas vueltas, pero ahora estoy aquí", dice.

En las paredes de María Mandiles, con la ayuda de Tolo Coronado, incombustible jefe del garito, y su inseparable erudito Francis Acedo, Peregrín ha colgado también acuarelas con la idea de transmitir lo que le remueve en su interior, marcadas por los mismos colores y dinámica.

Aunque no se atreve a desnudarse artísticamente, el pintor sí reconoce que "trabaja y le gusta lo que hace", algo que le permite sentirse bien. Su receta para el público que no le conozca es bien sencilla: "Que vengan y experimenten la sensación de ver un cuadro y, aunque no sepan de arte, lo más importante es que les llame la atención y les entre por los ojos". Hasta el 28 de abril hay tiempo.