TEtn lo alto de las ciudades, más alto incluso que los santuarios, lo mas cerca posible de las estrellas, están estas enormes construcciones: antenas diseñadas para enviar y recibir mensajes desde aquí al resto del planeta. Al igual nosotros que, individualmente, recibimos lo que nos viene de ahí fuera; también, manifestamos lo que tenemos dentro.

Viendo los comentarios anónimos en la página web de este periódico, o escuchando las habladurías hacia los demás en boca de otros, me empuja a reflexionar sobre este tipo de mensajes que consiguen echar por tierra a nuestra ciudad, a nosotros.

Primeramente se pierde un tiempo y una energía que no se va a recobrar. Malgastamos nuestras facultades, tanto emisoras como receptoras, porque creemos que así estamos por encima del atacado. Pero si miramos bien, tan solo estamos reaccionando, en realidad, a una sensación producida por una baja autoestima.

Antes de hablar de otra persona, primeramente, dígalo igual de usted, mírese antes en el espejo, descubrirá que está hablando de sí mismo. Manifestar la paja en el ojo ajeno es tirar piedras a nuestro propio tejado. Con esta actitud, en lugar de salir del agujero, lo que hacemos es cavar hacia abajo y lo hacemos incluso más profundo.

La vida de color de rosa no existe, pero siempre es mejor destacar lo bueno que tienen los demás, o lo que es igual, nosotros mismos. Parece que diciendo la verdad (nuestra verdad) estamos haciendo el bien, pero no es así, la virtud está en saber decirla; eligiendo el momento y contexto preciso.

Utilice sus antenas para manifestar lo grande que tiene usted dentro y lo grande que es su vecino. Nadie mejor que usted para enviar buenos mensajes al mundo y construir una gran sociedad. Si nos preocupamos por minucias quedaremos estancados. Pensar y manifestarse en grande nos hace grandes.