La luz del escenario de la sala La Bola deja al descubierto la piel blanca de Antonio Vega. Jueves por la noche. El local, hasta arriba. Más de 400 espectadores. Hay personas que han tenido que esperar para poder entrar. El cantante madrileño ha comenzado a tocar, arropado por el magnífico teclista Basilio Martín. Sus canciones, himnos del pop español con el grupo Nacha Pop y luego en solitario, no lograrán acallar el murmullo de buena parte del público durante más de una hora, sin interrupciones.

Antonio Vega parece un ángel negro. Su voz, desigual en el sonido. Camisa negra, ojeras y pelo alborotado. Su delgadez le permite sostener la guitarra, de la que no se separará nunca. Por momentos, parece que no va a poder con ella. Los ojos, bien abiertos, aunque sin mirar a ninguna parte. Lucha de gigantes , El sitio de mi recreo o Cada sombra en la pared , canciones de ayer y hoy y, para terminar, Chica de ayer .

Por momentos, ha parecido que el artista se iba a desvanecer, pero ha logrado que la guitarra siga sonando. Los teclados le acompañan aún mejor. Hay caras que le miran con devoción. Las cámaras no paran de funcionar. Antonio Vega solo ha hablado para cantar, dedicar una canción a un amigo señalando al cielo y dar las gracias en varias ocasiones. A Mar, que se ha pasado todo el concierto en primera fila, le ha gustado: "Me ha impresionado su fragilidad", dice. Pablo Pérez, el responsable de la sala, está eufórico. "Este concierto ha sido un espaldarazo moral y económico". Se acerca la medianoche y el compositor madrileño ya se ha marchado. Su música ha parado, pero el ángel negro sigue aún vivo.