--Preséntate.

--Soy María José, tengo 20 años y vivo en Cáceres.

--¿Qué cosas has aprendido desde que estás en el piso?

--Hacer la cama, la maleta, cocinar y comprar.

--¿Qué te gusta más?

--Cocinar.

--¿Qué platos has aprendido?

--Paella, pescado y hamburguesas.

María José Colina contesta al terapeuta David Jaraíz ante medio centenar de universitarios. Ella forma parte del grupo de nueve jóvenes con Síndrome de Down que conviven hace dos meses en una casa de Espíritu Santo, sin padres aunque con la supervisión de profesionales, para aprender a desenvolverse por sí solos en tareas cotidianas como hacer la comida, poner la lavadora, hacer la compra o incluso sexualidad. La finalidad: ganar en independencia para "avanzar en los derechos sociales y la normalización" de estos discapacitados, en palabra de Jaraíz.

Los universitarios, alumnos de Terapia Ocupacional, escuchan su testimonio durante la presentación del proyecto pionero en Extremadura Aprendiendo a vivir que desarrolla esta convivencia en el mundo real de jóvenes con síndrome de Down para potenciar su autonomía e independencia. La Asociación Síndrome de Down buscó ayer entre los universitarios extremeños mediadores que se incorporen en prácticas a este proyecto, que se desarrolla con la colaboración de la Universidad de Extremadura, el ayuntamiento y la Fundación Valhondo.

Los alumnos convivirían con los jóvenes en esta casa durante siete meses y participarían del programa de seguimiento y evaluación del proyecto, que contaría en su preparación académica como créditos de libre elección, aspecto que está aún en estudio. "Una oportunidad única --según Jaraíz-- de formación en un contexto real".

Hasta ahora, las formas de vida que se plantean para los adultos con síndrome de Down sin entorno familiar es el de pisos tutelados o residencias. Este proyecto va un paso "más allá" buscando que estos discapacitados adquieran las habilidades necesarias "no solo para cubrir sus necesidades básicas" sino para provocar "un cambio" en los derechos y deberes de estas personas.

Con esta teoría, se ha pasado a la práctica. En la casa del Espíritu Santo, de lunes a viernes, viven como si fueran estudiantes en un piso compartido María José Colina y otros ocho jóvenes de Cáceres y de pueblos de la provincia con síndrome de Down. Todos tienen más de 18 años. Pasan en la vivienda dos semanas al mes aprendiendo a ser independientes. A Mariló Delgado (24 años), Agustín Sánchez (29) y Amaro Rivas (20) les tocó anoche hacer la cena. Huevos rellenos.