En la mayoría de los hogares cacereños había un nacimiento. Y a veces no faltaba también un misterio o solamente un portal con sus cinco figuras.

El nacimiento se confeccionaba con corcho que se buscaba en la fábrica que estaba en la carretera de la Mérida, en lo que hoy son los Fratres y entonces era el fin del mundo, y con musgo que abundaba en las estribaciones de la Montaña.

Las figuras eran de barro. El agua de papel de plata sacado de los paquetes de tabaco, la nieve era harina y el piso de serrín. Algunos, muy modernos, tenían unas poquitas luces y nadie sabía cómo lo conseguían.

El nacimiento que hacía mi madre era maravilloso. Las figuras estaban vivas. Comenzaba a prepararlo con mucho tiempo y estaba listo el día en el que empezaban las vacaciones en la escuela pero, ¡oh maravilla!, el pesebre permanecía vacío hasta que a las doce de la noche del día veinticinco aparecía en él un niño.

También era necesario dar de beber a todos los animalitos que pululaban por el nacimiento y les acercaba a los ríos y pozos para que saciaran su sed.

Hundía el pico de los pavos y patos, el hocico de los camellos y borriquinas y pastoreaba a los borregos y ovejas.

Como el barro era de mala calidad se rompían muchas patas. Pero lo más grandioso era que los Reyes Magos caminaban.

Por la noche los dejabas a varios pasos del castillo del rey Herodes y muy lejos del portal. Pues al día siguiente y sorprendentemente ya habían adelantado mucho.

Bueno, no demasiado, ya que estaba calculado para que llegaran el día seis de enero. Qué emoción te entraba el día cinco cuando los veías a unos centímetros del pesebre.

Hay que ver lo que hacían la miseria y la ignorancia.

No sé si los niños actuales volarán tan alto con su imaginación saciados como están y sustituyendo su labor imaginativa el mundo virtual, El Señor de los Anillos y Harry Potter.