Los pesimistas aseguran que Cáceres es una ciudad incolora, inodora e insípida. Los críticos afirman que con demasiada frecuencia tiene el color del cemento, huele a incienso y sabe a rancio. Los optimistas resaltan que en algunas calles, sobre todo de urbanizaciones, huele a galán de noche y el domingo del Corpus todo el centro huele a romero. Durante el Womad se puede presenciar un festival de colores y dos olores. Los sabores mejor no probarlos. El olor de los porros, que escandaliza más que molesta sobre todo a las gentes bienpensantes, que como se sabe son muchas. Al parecer a punto han estado de agotarse los libritos de papel de fumar en los estancos. Y no muy lejos habrá estado el consumo de preservativos. El segundo olor, mucho más penetrante y repelente es el de la mugre. Parece que hay una competición entre perros y dueños para ver quien va más guarro y mugroso. Además acompaña el buen tiempo, de manera que ni siquiera unas gotas de lluvia ayudan a que algunos se laven una vez al año. Si se ha conseguido evitar el consumo de bebidas en recipientes de cristal a lo mejor se puede conseguir que para entrar en la ciudad estén obligados a lavarse y desinfectarse. Menos mal que no vendrá ninguno desde Méjico porque allí se bañan en Cancún.