La mayor exposición al radón suele producirse en las viviendas por tratarse de lugares especialmente cerrados. Este gas, que fluye desde el subsuelo solo en zonas concretas y solo si existen grietas y porosidades en la roca, se filtra dentro del hogar a través de espacios alrededor de las tuberías o cables, por los sumideros y desagües, por grietas en los suelos o en la unión del piso con los muros, o por pequeños poros que presentan las paredes construidas con bloques de hormigón huecos.

Por lo general, el radón suele alcanzar concentraciones más elevadas en los sótanos, bodegas y espacios habitables que están en contacto directo con el terreno. Esta acumulación depende de la cantidad de uranio que contienen las rocas y el terreno del subsuelo, pero también de las vías que el radón encuentra para filtrarse en las viviendas, y de la tasa de intercambio de aire entre el interior y el exterior, que depende del tipo de construcción, los hábitos de ventilación de sus habitantes y la estanqueidad del edificio.

Las concentraciones de radón varían entre casas adyacentes, y dentro de una misma casa, de un día para otro o, incluso, de una hora para otra. Puede medirse de un modo sencillo y económico mediante un pequeño recipiente de carbono activo.

Soluciones

Hay remedios efectivos para poner freno a este gas en las nuevas edificaciones y recortar su concentración en el resto. Al construir una vivienda en zonas geológicas con alta concentración de radón, en muchos países de Europa y en EE UU ya se adoptan medidas de protección de forma sistemática, que en algunos estados son incluso obligatorias.

Las concentraciones de radón en las viviendas existentes pueden reducirse mejorando la ventilación del forjado; instalando un sistema de extracción mecánica del radón en el sótano, el forjado o la solera; evitando que se filtre desde el sótano hasta las habitaciones; sellando el piso y las paredes; y mejorando la ventilación de la casa.