Crece el hambre en el mundo. Este es uno de los titulares del fin de semana que no nos puede dejar indiferentes. 38 millones de personas más que el año anterior pasan hambre. 815 millones en total: 520 en Asia, 243 en África y 42 en Latinoamérica. El informe sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo ha sido preparado en conjunto por primera vez por la FAO, el FIDA, el PMA y Unicef y la OMS.

Este informe de Naciones Unidas pone como causas principales del aumento, después de una década en disminución, los conflictos bélicos y el cambio climático. De hecho la desnutrición más severa se produce en los lugares en guerra, de los cuales no suele haber mucha información en los medios.

En contraposición, la obesidad también ha aumentado: 41 millones de niños y 641 millones de adultos tienen sobrepeso. Esto no quiere decir que los que tenemos barriguita nos estemos comiendo lo de los demás, sino que los hábitos alimentarios están sufriendo cambios y las crisis económicas los han agudizado.

El hambre tiene solución, como la tiene la guerra, solo nos lo tenemos que creer y poner manos a la obra. En los evangelios, Jesús, ante la muchedumbre que lo seguía, dice a sus discípulos: «Dadles vosotros de comer». Estos lo ven como un imposible. Solo la solidaridad de un niño, que ofrece su pan y su pescado, hizo posible el milagro. Y lo que sobró lo recogieron en canastos, no se les ocurrió tirarlo. Porque uno de los males de nuestra sociedad opulenta es que desperdiciamos un tercio de los alimentos que adquirimos.

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la ONU, cuyo objetivo es acabar con el hambre y todas las formas de malnutrición en 2030, será inalcanzable si no se afrontan los factores que socavan la convivencia pacífica y se frena el egoísmo y menosprecio de la vida que invaden nuestros corazones.