El horizonte más cercano de los cacereños en materia de comunicaciones está puesto en el AVE, que para los no avezados significa Alta Velocidad Española. Pero desde que los primeros pitidos de la entonces flamante locomotora de vapor anunciaran la llegada del Tren Real de Alfonso XII y Luis I de Portugal a Cáceres en 1881, muchos han sido los nombres dados a los trenes, porque siempre ha habido tendencia a ponerles nombres propios. Un tren podía tardar ocho o diez horas en un recorrido de apenas 100 kilómetros. Eso daba tiempo a que el usuario se sintiera como en su casa, a relacionarse con los demás y con el paisaje que se atravesaba y a sentir, en fin, el tren como algo propio.

Unas veces el nombre es propio, en otras apodo y en no pocas es el mismo nombre técnico del tren el que permanece. Sobre todos, el de más prestigio internacional y además el de mayor permanencia en el tiempo, es el Lusitania Expres, que ahora ha cambiado su denominación por Tren Hotel Lusitania. Tren de Reyes, artistas, empresarios, contrabandistas de alto copete e incluso de espías en tiempos azarosos de guerras. Inspirador de libros y películas, sus coches cama y restaurante sobre vagones azules con letras doradas de Wagons Lit hicieron época (por cierto, la agencia de viajes donde se expedían los billetes para el coche cama era el famoso Precio Fijo de Pintores).

Más modestos pero con igual historia detrás, el apodado ´el sevillano´ que iba de Sevilla a Zamora; el ´bilbaíno´ que recorría España de Bilbao a Cáceres, el ´Ruta de la Plata´ con un inmenso recorrido norte sur Gijón-Sevilla o el de ´de los niños (o de los críos)´, que venía cada mañana desde Arroyo Malpartida con los hijos de los ferroviarios para ir al instituto.

En otras ocasiones les hemos denominado por la marca o las siglas, así el TAF (Tren Automotor Fiat), el TER (Tren Español Rápido) o el Talgo (Tren Articulado, Ligero, Goicoechea, Oriol). Y antes el Omnibus con parada en todas las estaciones, donde en una se vendían dulces, en otra era famosa la cantina por el aguardiente y en la de más allá podían vender sandías y melones y, si tocaba parar en Plasencia Empalme podías comer en su cantina un sabroso cocido; el Correo con reparto postal desde el mismo tren, el Ferrobus o el Mixto, que todas las tardes iba de Cáceres a Valencia de Alcántara y llevaba mercancías y viajeros. En los tiempos más remotos el ´Botijo´, desde el que se podía bajar a beber agua en la casilla de algún ferroviario con el tren en marcha y subirse otra vez. Trenes con denominación de origen: Cáceres Ciudad Monumental, Talgo Extremadura, Lince o Tren de la Esperanza.

En Cáceres había trenes especializados por sus mercancías: el ´Ganadero´, que descargaba ovejas en trashumancia que veías pasar después por la avenida de Portugal, Cruz de los Caídos y Gil Cordero camino de los pastos; el ´De la Jara´, cargado de jarales para los hornos de la cal; el ´minero´, con mercancía de nuestras únicas minas ciudadanas de Aldea Moret o el ´gasolinero´, para descargar su mercancía en Campsa, aledaños a la estación. O más especializados como el ´tren militar´, el ´tren del circo´ o el de ´las malas hierbas´. O en épocas de guerra el ´tren hospital´, cargado de soldados heridos.

En los tiempos más cercanos se va haciendo más impersonal la nominación y llamamos ´camellos´ a las unidades diésel ´592´, el Talgo Pendular, los TRD (trenes de rodadura desplazable) y en el horizonte, el AVE. Ya sólo decimos AVE, como el saludo romano, y solucionados todos los problemas de transporte.

Pero yo pienso que a pesar de las innegables ventajas de viajar en el AVE, de lo deprisa que va es impersonal y ni la azafata sonriente ni la película en deuvede ni la clase preferente o turista podrán hacernos olvidar aquella hora de parada en Empalme, los asientos de tercera en madera, las maniobras de cambio de máquina en Mérida o el resoplido de las máquinas subiendo trabajosamente las cuestas del Tajo.