Para un partido que ha vivido muchos años con una estructura piramidal se considera un éxito que sesenta mil militantes, lejos de los tropecientos mil publicitados, elijan a su presidente. El que no se consuela es porque no quiere. Pero si eran pocos los electores menor es aún el número de compromisarios que decidirán el ganador final si antes no lo remedia algún juez o algún dosier. Del éxito de la convocatoria da una idea el que sus dos más recientes presidentes no hayan acudido a votar lo que es un desprecio hacia sus compañeros, un mal ejemplo a los militantes y quizás la añoranza del dedazo. El dedo no solo otorgaba la presidencia sino todo el poder, el carisma y garantizaba la obediencia sin rechistar de los militantes y votantes. Había, como en todos los partidos, quienes detentaban un poquito de poder pero siempre a las órdenes del presidente que tenía la última palabra. A partir de ahora no va a ser así porque desde el jueves habrá gente de Cospedal, de Soraya, de Casado, que no desembocaran en ruptura del partido pero dejarán heridas profundas porque esas gentes no son un militante más sino un ganador o un vencido. Ahora se escuchan promesas de integración y unidad como es costumbre en estos casos pero la realidad es que los ganadores siempre están dispuestos a recordar a su jefe ¿Para esto hemos ganado? orque además de premiar los apoyos recibidos, el nuevo jefe deberá demostrar claramente que su proyecto es muy diferente al de sus oponentes y por lo tanto necesita otra gente para llevarlos a cabo. Eso no quita que en puestos subalternos figuren algunos de sus contarios para dar la imagen de que hay integración, unidad y otras zarandajas. Algún listo de los perdedores puede verse beneficiado momentáneamente porque las elecciones municipales y autonómicas están cerca y no da tiempo a promocionar a un sustituto y porque no habrá congresos regionales y provinciales hasta después pero si no las gana su suerte puede estar echada.