Debido a la falta de misericordia de nuestro reverendísimo ayuntamiento la calle Dr. Fleming se ha llenado de lamentos y hasta de lágrimas. Desde hace más de veinte años teníamos en la acera un lugar perfectamente preparado para que apenas cayeran dos gotas de lluvia o se meara un perro en las cercanías se formara una magnífica balsa. Era una balsa preciosa, extensa, en forma de óvalo, que abrazaba a la farola y por lo tanto nos obligaba a bajarnos de la acera para evitarla.

Los niños la buscaban afanosamente pues chapoteaban en ella mientras sus abuelos los miraban con embeleso recordando los años en los que ellos hacían lo mismo aunque con botas katiuskas. Fomentaba las relaciones sociales ya que era motivo de comentarios jocosos por parte de los viandantes y daba lugar a que alguno que venía de hacer la compra con dos bolsas en la mano y se veía obligado a esquivarla bajándose a la calzada asegurara que la madre del concejal no era una santa precisamente y otros que ya habían hecho el mismo recorrido con anterioridad juraban que su padre tenía protuberancias astifinas en la frente.

Durante estas más de dos décadas se han llevado a cabo varias obras en la calle, se ha asfaltado en diversas ocasiones, se han levantado las aceras pero la sensibilidad de los alcaldes y concejales reinantes les condujo a conservar la balsa dado el cariño que le tenían los vecinos pues les hacía distinguirse de cualquier otra acera y presumían con orgullo de tener la balsa más impresionante de la ciudad.

Esta semana el ayuntamiento ha enviado una brigada de obras que sin piedad alguna ha acabado con la posibilidad de que gocemos de nuestra balsa sin tener en cuenta que si llevaba tanto tiempo allí y todas las corporaciones la han respetado sería porque cumplía una misión.

En dos días han arramblado con el tipismo de nuestra acera, han acabado con una parte de nuestra historia. Mi amigo Juan se lamentaba pues teme que le produzca estreñímiento: «¿ Y en quién me cago yo ahora?» dice.