Por sus estatuas los conoceréis. El barrio de Nuevo Cáceres se adorna con el busto de un adelantado del deporte; el de Fratres, con avutardas y otras aves; la transición entre Moctezuma y Llopis está presidida por un indio y la urbanización de Cabezarrubia está adornada por una estatua superpija de la muerte dedicada a la azafata . En la ciudad feliz , cada barrio es cada barrio y tiene sus hábitos, su estilo y su cultura.

No es verdad que haya un carácter cacereño, aragonés, británico, del R66 o de Aldea Moret. Simplemente, existen determinadas culturas y uno se adapta a ellas o no. Si no lo hace, será un inadaptado y o bien se encierra y se aparta o bien se convierte en un excéntrico que deberá resistir armado de ironía.

Uno vive en Cáceres y acaba vistiendo y comportándose de manera diferente a si viviera en Amsterdam. Allí, ir en bici es lo lógico. Aquí (ya han aparecido tres cacereños que van en bici a trabajar), serás motejado como El Bicicleto, engrosarás la nónima de raritos y hasta llegarás a compartir honores de freakie con El Batería, Leopoldo o Nano.

Puedes colgar la bandera Arco Iris en La Conce , poner una pancarta de "No a la guerra y no a las vecinas" en un piso de estudiantes de Moctezuma o en una trasera de Caleros y morrearte con la vecina de piso en una terraza de Colón Place , pero si lo haces en el Nuevo Cáceres o en El Vivero, te convertirás en la comidilla del residencial.

CHURROS EN LA MEJOSTILLA

Cada barrio tiene su cultura y si en La Mejostilla puedes ir en chándal y con calcetines blancos a desayunar unos churros sin que pase nada, en Cánovas, ese atuendo se entiende como una provocación a menos que quede claro que vas al pádel ... Y ni así.

En Cáceres, dos tercios de la población presumen de vivir en barrios (se permite el chándal y los calcetines blancos), urbanizaciones (están proscritos los calcetines blancos) y residenciales (se prohíbe tanto el chándal como el calcetín). Pero esta moda periférica es reciente. Hasta 1970, sólo 12.000 personas vivían en el extrarradio (Pinilla, Aldea Moret, Llopis Ivorra) y, desde luego, no presumían de ello.

Según Federico Engels, los barrios humildes y los residenciales elegantes de las ciudades europeas nacieron a raíz de la Comuna de París de 1870. Antes de esa fecha, cada casa era un microcosmos social: en la planta baja vivían los artesanos y los comerciantes, en el primero habitaban los burgueses y en la buhardilla moraba la clase baja de menestrales, obreros y criados.

Durante la insurrección proletaria de 1870, las fuerzas represivas no pudieron actuar contundentemente en París porque las clases sociales estaban demasiado mezcladas. A partir de entonces, en las ciudades europeas se empiezan a edificar barrios para pobres y barrios para ricos. Esta moda, que se puede certificar en París, en el Neguri bilbaíno o en la parte alta de la calle madrileña de Serrano, también llegó por entonces a la ciudad feliz .

Será a finales del siglo XIX cuando aparezcan en Cáceres pequeños caseríos para la gente humilde en Fuente Concejo, en Picadero, en Canterías, Cañas, afueras de la calle Margallo, barrio de San Francisco o, a partir de 1885, en el declive del cerro de Peña Redonda.

El ensanche por el paseo de San Juan del Puerto (Cánovas) conocerá después la aparición de un barrio elegante para la burguesía más acomodada. Se levantarán los chalés de los Málaga (1923), los Corcobado o los Manzano. Y al igual que Bilbao tiene en Manuel María Ybarra Smith al arquitecto de la aristocracia de Neguri, Cáceres tendrá en el arquitecto municipal Angel Pérez al mentor de las construcciones emblemáticas de la burguesía cacereña: a él se deben la vergonzosamente desaparecida casa de la Chicuela (1927), llamada así por la relación de una de sus primeras inquilinas con el torero Chicuelo, o las casas de los Picos y las de los números 3 y 27 de la avenida de España.

Paralelamente, se levantaban barrios más humildes como las Casas Baratas (1928) y, pasando los años, crecían las barriadas de Llopis Ivorra (primera piedra en 1955) y La Madrila (del arquitecto cacereño Tomás Civantos).

Y así hasta hoy, en que la ciudad feliz se disgrega en 18 culturas, en 18 estilos, en 18 hábitos, en 18 barrios periféricos cuya simbología e idiosincrasia oscilan entre el indio apabullante y obvio de Moctezuma y la azafata discreta y pija de Cabezarrubia.