A comienzos del pasado mes de junio leíamos, mitad asombrados y mitad divertidos, que el Banco de Santander había comprado por un euro al Banco Popular; al Partido Popular ya lo tenían comprado de antes; y que los inversores, accionistas y clientes de aquel banco, tan ligado al Opus Dei, habían perdido todo su dinero, sus acciones y sus ahorros por arte de birlibirloque, quedándose como dicen los más castizos a la luna de Valencia.

El arte de birlibirloque, según el diccionario y varios autores de los consultados, es la habilidad de hacer desaparecer bienes y dineros sin que nadie se entere y como por magia. De repente; sin que se sepa muy bien quién lo ha birlado.

Como ocurrió hace unos años con la mayoría de los bancos y Cajas de Ahorros de toda España, que habían sido secuestrados por extraños genios de las finanzas; genios malabaristas que ya se sentaban en los consejos de administración de las propias entidades, sin que las autoridades encargadas de controlarlos y vigilarlos se dieran ni cuenta. Pero, tanto a unos como a otras, hubo que rescatarlos con cientos de miles de millones de euros; que pagamos cristianamente, con nuestros impuestos, el resto de los españoles de clase media. Ya que, como todo el mundo sabe, los pobres no cotizan a Hacienda porque no tienen con qué. Y los ricos: sean empresarios o banqueros, tampoco cotizan o cotizan mucho menos porque el Gobierno del PP decreta perdones y condonaciones de impuestos para tenerlos contentos y que no se lleven sus dineros a paraísos fiscales a cuentas opacas off shore. ¡Siempre de acuerdo con la ley!

Son los arcanos inexplicables del birlibirloque, tan usados y recompensados por nuestras autoridades. Hasta el punto de que, en muchos casos, los bancos han sido sustituidos por banquillos en varios tribunales y juzgados de todo el país con el fin de que nunca les falte un asiento.

Ya que recuperar lo birlado va a ser tarea imposible, dada la complejidad de marañas, empresas interpuestas, herencias de los abuelitos muertos y bancos paradisiacos en los que se ha ocultado el numerario.

Lo cierto es que, como decimos arriba, la mayoría de los accionistas, inversores y clientes; como ocurrió ya con los preferentistas, inversores y confiados ahorradores de ocasiones anteriores; a estos también se les han estafado miles de millones; quedando a la luna de Valencia, que es otra expresión popular de amplia riqueza semántica.

Pues quedar a la luna de Valencia en opinión de varios tratadistas del lenguaje popular era quedar fuera de la ciudad, de noche, con la muralla cerrada y sin nada en el bolsillo para poder acomodarse. En fin; quedarse como los ingenuos jubilados, viudas y ahorradores que confiaron en la honestidad de banqueros y usureros, invirtiendo sus ahorros en promesas y rentabilidades a plazo y se quedaron sin nada.

Lentamente, los tribunales han ido reemplazando bancos en cuyos consejos de administración se acomodaban muchos políticos que habían entrado en la entidad por sus numerosas puertas giratorias por banquillos de los acusados, en donde acomodarlos para su juicio y condena. Aunque quizá, también este buen propósito de poner orden y justicia, quede desvirtuado por el ambiente de corrupción que se ha apoderado del país.