Dicen que los inventos sirven para mejorar la vida de las personas, para procurarnos comodidad y que el paso por este nuestro «valle de lágrimas» sea lo más agradable posible. Estos principios, sin embargo, son difícilmente aplicables a ese artefacto diabólico concebido, pensado y diseñado para asegurar el intercambio justo de productos, pero que, poco a poco, se ha convertido en una de nuestras pesadillas mañaneras. Si, como creo, usted también va a comenzar hoy sus «nuevos propósitos», uno de ellos estará estrechamente vinculado a ese aparato inefable que muestra todos los excesos hipercalóricos de los últimos días con implacable neutralidad. Con un poco de suerte, eso sí, su aparato será digital, y el parpadeo de los números no le supondrá una ansiedad excesiva porque el resultado final aparece tan rotundo como inmutable: ¡es lo que hay! Si, por el contrario, conserva usted una báscula de las de siempre, en las que la aguja oscila sin control durante unas interminables centésimas de segundo hasta que decide dictar su sentencia sobre un número inalcanzable hasta la fecha, moverá sus pies en varias ocasiones, incrédulo ante el resultado; si la cosa no varía apreciablemente, se mirará dos o tres veces, y le echará la culpa al reloj de pulsera dejado por los Reyes Magos, que, aunque sólido y de buena marca, pesa lo suyo. Cuando, finalmente, consiga desprenderse de todo adorno superfluo, -incluida la ropa interior que, últimamente, ¡hay que ver lo que pesa!, ¿de qué la harán? - achacará el desvío al aparato, que ya tiene una edad, y estas cosas acaban estropeándose, ¡oiga!, como todos los artilugios. Pero lo cierto y verdad es que, de repente, a pesar del aviso del cinturón, a pesar de las advertencias de los que nos rodean, a pesar de los deseos previos de moderación y mesura, todas las culpas nos caen encima, y la fuerza de voluntad, escondida durante quince días, se rebela contra ese diagnóstico tan injusto. No obstante, cuando consiga dominar las ganas de tirar el artefacto por la ventana, elegirá el atuendo con buen tino para poder llegar a su lugar de trabajo conteniendo la respiración todo lo posible… y que el abdomen aguante el primer examen, tan importante. No sé qué pensará usted, pero puedo asegurarle que, en este caso, «el mal de muchos» consuela bastante, y como la conversación es recurrente, siempre es posible encontrar motivos de expiación y excusas más o menos admisibles. Y si, a pesar de todo, sufre usted un síndrome de abstinencia incontrolable, mucho ánimo, que el buen apetito es síntoma de buena salud. ¡Feliz Año!