El mercado de Cáceres estuvo en el Foro de los Balbos y Cáceres recuerda aquel edificio del mercado siempre húmedo, lleno de ventanas y con mucha luz en el que hacía tanto frío. Un mercado bullicioso, con sus inolvidables Navidades, cuando los tenderos llegaban cargados de pollos, gansos y pavos, que campaban en sus jaulas en espera de alguna olla caritativa. El mercado estaba a los pies de la plaza Mayor cuando la plaza Mayor era el hervidero comercial de la capital, el lugar donde Felipe Berjoyo había adquirido La Parada, un bar que estaba en los arcos y que se llamaba La Parada porque allí arribaban muchos coches de línea de la provincia, que iban a La Cumbre, a Sierra de Fuentes...

A aquellos coches los llamaban popularmente las rubias, eran coches de madera, unos descapotables, otros no, y algunos disponían atrás de una especie de balconcinos semejantes a las carretas del Rocío. Las rubias llegaban de los pueblos cargadas de paquetes, que luego se guardaban durante unas horas en la bodega de La Parada. A veces los viajeros venían a Cáceres de compras y también utilizaban el bar a modo de consigna.

La Parada era otra reliquia de aquella bellísima plaza Mayor que un día tuvo Cáceres. Con su bandeja cargada de romanticismo, sus palmeras grandes y sus baldosas portuguesas donde los muchachos jugaban al corro. Pero la plaza no era solo bella por su bella fisonomía, lo era porque era el centro neurálgico y comercial de la capital. Había en la plaza y su entorno montones de ultramarinos, el de Paco Durán , al lado los Casares . En el portal de la farmacia de Castel estaba el de Carlos Cordero , que después llevó su hijo Pedro . Luego estaban el de los Jabato , el de Aparicio en la calle Empedrada. Y en las Cuatro Esquinas, Regodón y los Siriri .

Y de la plaza a Pintores, donde Eugenio Alonso Rubio levantó en los años 30 uno de los café-hotel más famosos que ha tenido Cáceres: el Jamec, frecuentado por muchos comerciantes porque a su alrededor resplandecía un Pintores plagado de vida: las fotografías de Javier o Mendieta, que era como unos grandes almacenes, donde se vendía de todo, desde perfumería hasta textil. Mendieta era propiedad de Antonio Mendieta , empresario cacereño que se casó con Mercedes y que vivía en Cánovas. La tienda tenía un mostrador muy largo y varias plantas.

En Pintores y su entorno también estaban Modas Dioni , que vistió de novia a las novias de todo Cáceres, la joyería de Rosendo Nevado , que abrió en el local donde Rosendo Caso tuvo su famosísima tienda de telas. La joyería estaba muy cerca del horno de San Fernando. Por atrás, la Bodega Catalana, cuya especialidad eran los bocadillos de mejillones y se vendía el vino por pistola, la cafetería Toledo... En Moret también estaba La Estila, que era una pastelería pequeñita, alargada, con varias mesas de color azul con sus sillas. En La Estila se vendían vasos de leche, raspaduras y riquísimos pasteles. Si tardabas mucho en terminar tu consumición, la señora Estila , una mujer ya de pelo blanco, te decía: "Venga hijo, espabila, que hay cola". Y a un paso estaban el Bar Maleno, Calzados Marta, Figueroa, El Siglo, Siro Gay (que tenía menaje y confección), Lámparas Civantos y Plásticos Gima, que fueron de los primeros en traer a la ciudad las flores de plástico de colores y los tupperwares.

Cerca estaba el Segundo Requeté y más allá el Camino Llano, zona conocida como las afueras de Carrasco, donde abundaban las cocheras, entraban los autobuses y también había talleres como el de Catalino, que luego se fue a una nave inmensa junto a Contiñas. En Camino Llano también vivían los Mostazo , que abrieron una tienda preciosa en la calle San Pedro. Era San Pedro un entorno privilegiado: cerca del catastro, de Los Cabezones, que era un comercio de alimentación, de la charcutería de Antonio Pérez , de la tienda de muebles de Cordero , de la pastelería de don Valentín Acha ..., en aquel centro comercial abierto que era entonces Cáceres, muy cerca de Sederías Oriente, Paniagua, zapatos El Cañón o la peluquería de Las Manolitas.

Era el Cáceres de la vida cotidiana, siempre retratada en su periódico de toda la vida: el Extremadura, donde trabajó durante muchos años Andrés Burgos , nacido en 1907 y que despertó desde muy pequeño una afición inusual por la fotografía. Burgos conoció a Leandra Alvarez , a la que apodaban La Remella, por ser hija de Lorenza y Nicolás El Remello , que vivía por San Ildefonso y que llamaban así porque decían que tenía una mella en el ojo y siempre dormía con él abierto.

Era ese Cáceres de la calle Caleros, donde vivía la familia de Maribel Corrales, en una vivienda a la que todos llamaban la Casa de la Rita, que estaba justo enfrente de Josefita , un comercio con el que luego se quedó el hijo de Josefita, Antonio Jiménez .

Era en aquella época la avenida de Portugal el más importante nudo comercial y de comunicación de la ciudad dada su cercanía con la estación de ferrocarril y con el Fielato, nombre popular que recibían las casetas de cobro de los arbitrios y tasas municipales sobre el tráfico de mercancías. Fue el de la avenida de Portugal, donde ahora está la oficina de Caja Madrid, el último Fielato que tuvo el ayuntamiento. A su alrededor florecieron importantes negocios como el almacén de piensos de los Muriel , popularmente conocido como los Siriri , los Santos , los Gabino Díez o el inolvidable comercio de Galiche .

Eran los años en que Leoncia Gómez Galán trabajaba como criada en la casa de don Felipe Alvarez de Uribarri , un conocido abogado de la capital cuyo padre había sido notario en los años en los que ser notario en Cáceres era mucho más que serlo ahora, porque entonces era como ser poco más o menos que el rey del mambo. Un día, Germán Sellers de Paz , entonces director de El Periódico Extremadura, le propuso a don Felipe que Leoncia vendiera por las calles el diario, y ella aceptó encantada. Voceó Leoncia el Extremadura entre los años 1966 y 1975, deseando que se publicara una de esas noticias sensacionales que aumentaran la tirada y, con ella, su liquidación. Eran los años en que las chicas compraban en Francer, que era una boutique que estaba en Virgen de la Montaña, o en Carol, que era de Galerías Madrid. Y así fueron pasando los años hasta que en Virgen de la Montaña Fernando Rodríguez Alonso , abrió Plató, la discoteca que durante décadas hizo furor en esta ciudad, la ciudad del Blanco y Negro, del Joyger, del Pub Maribel...

La ciudad donde El Chato de los Metales vendía chucherías, el Nano paseaba Vírgenes, Eusebio tocaba la batería y Zacarías era su más conocido maletero. La ciudad de los hornos de la cal, del bar Amador y su sinfonola, la ciudad donde, parafraseando a Jiri Ockack , aquel jugador que nos subió a la ACB, "el cielo es más azul". La ciudad del Bar El Sanatorio, de los bocatas de calamares de la cafetería sindical, del Bar Metro, del Bar Salamanca, de su ilustre Moulin Rouge, del Jara, del Extremeño, o del Epi, al que acudían las chicas de la Laboral, los tunos y nuestro escuadrón Verdiblanco.

El Cáceres de San Jorge, de Mecano y El Requeté. El Cáceres de La Salmantina y el Womad, del Parador de la Esperanza y la Central Lechera de Ilcasa, el Cáceres del Bar Lechuga, de los altramuces que el señor Juan vendía a las puertas del Parador del Carmen con su célebre carrillo, el Cáceres del Padu, del Licen y las Carmelitas. El Cáceres que nunca murió porque nunca ha dejado de estar vivo.