Parece un brindis la Orquesta de Extremadura: arriba, abajo, al centro y pa dentro. Del Auditorio, con problemas de audio, al Gran Teatro --¿seguirá siendo una bombonera ?-- y de allí al San Francisco. En fin. Después de su gira asiática volvieron y nos golpearon con Mozart, Concierto para violín nº 4 en re mayor .

Grande el violinista, Kelemen, estudio y descaro con su Guarneri --el Lamborghini de los violines--. En el libro Mozart de camino a Praga , de Mörike, se nos indica que hay dolor en su alma. Esta pieza transmite belleza con facilidad, es un paseo, el segundo movimiento, por la alegre floresta, no selva. Caminos que tienen como fin la propia música. ¿Hay algo más, o sólo es estética? Valverde apuntaba que sin ética no hay estética. ¿De ahí el pesar, o el propósito, sin más, es la perfección? No es minucia.

Después fuimos arrebolados por Sarasate y sus Aires Bohemios . Castillos en el aire, vivir, gozar, soñar, llorar y luego, cuando todo termina, lo demás: nostalgia, pena por lo que perdimos y melancolía. Para finalizar, Brahms a través de los ojos y la orquestación de Schönberg. Lucha de vientos y maderas. Tormento, marea, la música va y viene, se acerca y se aleja, golpea. Parece relajarse, te engaña, vuelve con más fuerza. Un timbalista y tres percusionistas, bien, bien, bien, bien. Fue como el éxtasis y el tormento , que para concierto no está nada mal.