In nomine Patris, et Filii, et Spiritu Sanctus. Hay que pedir disculpas al amable y desocupado lector. El domingo pasado, en el articulillo denominado "Arroyo La Hurona", apareció una fotografía con un pie totalmente errado. No se trataba de la torre y casa fuerte de La Brujaca; pues claro que no. Eso habíamos creído nosotros en un principio, pero ni hablar del peluquín o cosa parecida. Una mera construcción, sin mucho sentido, que algún día tal vez alguien nos podrá explicar cuya función desempeñó en el pasado.

Es el caso que tuvo que ser el bueno de Pepe Macías, nuestro condiscípulo de toda la vida y especialmente de aquellos años de infancia y adolescencia franciscanas, el que nos orientara hacia el paraje en que se haya ubicada la esquiva fortificación.

Habíamos pasado cerca en anteriores escurribandas y no habíamos sabido localizar la susodicha casa fuerte. Lógico: sobre la vieja construcción, una obra reciente enmascara, desde lejos, los recios muros de lo que allí se levantó a mediados del XIX. Tampoco es tan vieja la obra primitiva de La Brujaca: 1836; y he aquí la cuestión: si la ermita ad latere es un siglo más antigua (es del XVIII), ¿qué había entonces allí al lado?...¡Hum-!

Bien, llegamos, y dejamos el coche en el camino principal. Propiedad abierta, angarilla sin candado, paredes de granito y mañana dominical de cielo entreverado de nubes claras y turbias. La tormenta amagaba en lontananza, pero no se determinaba a dejar sobre el agostado campo de mayo la gracia de unos riegos de lluvia.

Arapil de olivos como el campo tras la batalla. Hay una cerca amplia en la que destaca el triste panorama de un olivar desolado y derrotado: tocones envejecidos dejan ver sus pobres muñones, como los muertos después de la bélica contienda.

Llegamos al pie de la casa. Embarcadero de ganado, paredes de granito, fábrica de piedras labradas y preparadas para la construcción, amplísimos paños de paredes de piedra vista engarzada con mortero, dependencias múltiples y, sobre los recios muros viejos, la nueva construcción (¡bien reciente!) de otro tipo de paredes cubiertas del tejado tradicional de teja romana (¡nuevecitas y flamantes!).

Ergo-aquí ha habido considerable obra no hace mucho y, como si de repente hubiese sucedido algo, todo ha sido abandonado. Ventanas abiertas, soledad, telarañas, desolación-A unos pasos de la recia fortificación, unas zahúrdas cabe la ermita y un poco más hacia abajo otras más antiguas hechas a base del esfuerzo y trabajo sobre las canterías labradas. Nada, ni restos de vida reciente humana o animal. Si algo, una triste herradura cubierta de herrumbre. De vida, si acaso el paso del críalo entre un acebuche espeso y un almendro que está asilvestrado.

¿Qué tiempo es este que vivimos, en el que las haciendas de tan magnífica estructura, cercanas y bien comunicadas, son abandonadas por sus propietarios, incluso antes de haber terminado una importante obra de remodelación y habitabilidad?

Cualquiera sabe. Nosotros, como Chihanuk, el último mohicano, lambudeamos por el campo solitario contemplando cómo se desmorona un modo de vida, un tiempo pasado, unas costumbres. Una pena.