Cáceres limita al sur con la urbanización Ceres Golf y linda al norte con el polígono ganadero. En la urbanización se mezclan los chalés con las praderas, los hoteles de muchas estrellas y los jardines mimados.

En el polígono también hay mezcla, pero mucho más variopinta: al glamour de la equitación sucede una explotación de cabras, al encanto sofisticado de una piscina con césped artificial le sigue un molino de pienso, un almacén de grúas o un corral de gallinas, ocas y conejos.

Para describir la sensación que provoca el polígono cacereño en el visitante, hay que echar mano de la jerga adolescente: es, literalmente, un alucine. Para empezar, nada más coger el cruce que lleva al polígono, uno se encuentra con el estandarte dorado de una centuria romana clavado en la tierra, a la vera de la carretera: avisa de que allí mismo está el centro de interpretación de las ruinas de Cáceres el Viejo.

Tras la sorpresa romanizada, se llega a una especie de urbanización inmensa cerrada por una pared de piedra kilométrica. Traspasada la entrada, se penetra en un laberinto de callejuelas bien señalizadas que discurren entre unifamiliares, naves, establos, talleres y parcelas-almacén. Aquí, las naves de construcciones Virgen de la Montaña. Allí, Hierros García, Talleres Cordero, Construcciones Abreu...

´LOFTS´ NEOYORQUINOS Hay tres residencias caninas, dos almacenes de pienso, varios talleres de cerrajería, de carpintería... Dos naves para guardar caravanas, dos parcelas donde se almacenan grúas... Explotaciones de cabras, chotos y corderos estabulados... Y casas, chalés, garitos, naves convertidas en singulares lofts de inspiración neoyorquina y particularidad cacereña.

El polígono ganadero es el cóctel más abigarrado, ingenioso y sorprendente que nunca imaginara el urbanista más avispado. Se ven casitas de diseño tradicional pintadas de albero, piscinas azules, bodegas rebosantes de chacina, corrales habitados por decenas de perros, o por docenas de gallinas, o por veintenas de conejos. Y relinchan caballos, y gruñen cerdos, y zurean las palomas, y pasa un Audi gigante, y llama una madre, y canta Camela, y aparecen dos amazonas espléndidas con fusta, botas y melena rubia que vienen de montar en Equitación Quintero.

En una parcela de tamaño medio, Francisco Jara Pérez ha instalado una nave para su empresa de electricidad, un garito para los fines de semana, una piscina, un corral, una cuadra, una bodega... Paco, que así lo llaman sus amigos, es un hombre cabal, trabajador y hospitalario que vive en Aldea Moret durante la semana y se baja al polígono en cuanto huele a sábado.

En un ala de su nave ha instalado una barra, una cocina, una nevera y va convidando a jamón y a cerveza a los amigos, a los parientes y a quien se tercie. Durante los fines de semana, Paco, su señora y sus hijos no paran. Que si dar de comer a las ocas y a los cerdos, que si darle una vuelta al jamón que se cura en el sótano, que si hacer alguna chapuza. "Aquí somos felices, y mire, mire que vista tenemos desde la terraza, esto en las noches de verano, es gloria pura".

A lo lejos se atisba Cañaveral, el castillo de Portezuelo, la hendidura del Tajo. "Esto es como vivir en el pueblo, pero a un paso de la ciudad", resumen su calidad de vida. El polígono ganadero es una Sociedad Cooperativa Limitada que tiene 300 socios.

"Aunque vivir, lo que se dice vivir aquí de quieto, sólo somos cuatro o cinco". Quien habla es Pedro Muñoz, vecino estable del polígono. Pedro está separado y ha encontrado en este lugar el reparo de la soledad. Se le ve relajado mientras toma unas cervezas con los amigos. Es domingo, pero se mueve en chándal y con sandalias y calcetines, componiendo un look festivo con el que sólo se atreven alemanes o británicos muy liberados, muy sosegados y muy felices. "Si es que aquí no se entera uno de nada. Sólo escucho algún perro por la noche", recita Pedro su particular Beatus ille .

Uno se imagina una noche de tempestad con los perros ladrando y la cosa es como para echarse a temblar. "Además de las tres residencias caninas, hay cuatro grandes rehalas y el 90% de los 300 socios son cazadores y guardan aquí sus perros", apunta Paco. También hay pavos, corderos, cabritos, terneros, yeguas, puercos, ponedoras...

CARRETERA DE MONROY Sin embargo, el uso ganadero, que inicialmente fue la causa del nacimiento de este polígono, es hoy mínimo. Cuando en 1983 el ayuntamiento cacereño decretó que el ganado ya no podía estar en la charca Musia, los ganaderos compraron estas 110 hectáreas situadas a un paso de la carretera de Monroy. Pagaron unos cinco duros por cada metro cuadrado. Según Paco, "hoy, no se encuentra nada a menos de 18 euros el metro, terreno sin construir, se entiende".

Los socios fundadores eran unos 20. Luego se fueron vendiendo las parcelas, se construyeron naves y hoy hay muy poco ganado y mucho de todo lo demás. El problema es que falta el alcantarillado y el alumbrado público. Las viviendas y los garitos se sirven de pozos ciegos y fosas ecológicas. "Tenemos que hacer un Peri. Ya hemos dado entre todos 20 millones de pesetas para los planos, pero llevar adelante el Peri nos sale por 2.000 millones de los de antes", calcula Paco.

Hace 20 años, Cáceres se acababa en Pinilla. Hoy, La Mejostilla ya ha llegado al polígono ganadero y sus usuarios saben que la situación particular de estos terrenos de uso industrial y ganadero tiene que formalizarse. Mientras tanto, disfrutan: "Esto es como tener una casa de pueblo en Cáceres. Algo lejos, eso sí, pero total, cogemos el coche y nos acercamos a la ciudad, como hacen los del Ceres Golf".