Las mujeres suelen ser más frioleras que los hombres en todo el mundo excepto en Cáceres. Al llegar el invierno, una compradora que desee hacerse en Cáceres con un plumífero grueso, caliente, sólido, recio, que llegue hasta la rodilla y no deje pasar el frío, el viento ni la lluvia lo tiene crudo, muy crudo.

Sí, sí, claro que hay anoraks cortitos y muy monos, abriguitos de corte elegante, tres cuartos de piel que te convierten en la reina dominical de Cánovas, gabardinas inglesas de sublimes estampados interiores y barboors superguachis de la muerte , pero como se te haya ocurrido viajar a Viena o a Burgos esta Navidad y necesites una pellica femenina de goretex poco pija, pero muy práctica, lo tienes crudo.

Y no es que no existan estas prendas, lo que sucede es que las cacereñas, en general, rechazan abrigo tan basto. Es más, en una franquicia cacereña para aventureros se pueden encontrar anoraks masculinos para recorrer el Polo Norte sin tiritar, pero si la aventurera es una mujer, mejor será que viaje al Caribe. Lo llamativo es que esa franquicia sí oferta esas prendas femeninas térmicas, impermeables y resistentes al viento en sus sucursales de Valladolid o Córdoba.

JURAMENTO Ante la situación, salta la disyuntiva: o las cacereñas no salen cuando hace frío, o son las más calurosas del mundo, o la ciudad feliz las empuja a hacer un juramento de sangre y al grito de: "¡Antes constipadas que paletas!", prometen no transigir con la vulgaridad que campa fuera de Cáceres y que pone por delante de la elegancia el calorcito y la comodidad.

Entre las mujeres del resto del mundo y entre los propios hombres cacereños se respeta el refrán de: "Ande yo caliente y ríase la gente". Entre las mujeres cacereñas, es al revés: "Ande yo congelada, pero que no se ría nadie". Esta sinrazón no es de hoy. Basta leer libros de Publio Hurtado o ver las fotografías de la obra Cáceres en el pasado de Juan Ramón Marchena para certificar que en Cáceres, si tienes frío, es mejor nacer hombre.

Hace 100 y 200 años, los cacereños de clase alta y media vestían gabanes importantes y los menestrales y obreros llevaban gruesas capas de paño basto de Torrejoncillo hasta los pies. ¿Ellas?... Toquillas, mantillas, vestidos de medio paso y, ¡menos mal!, pañuelos en la cabeza. Pero es que incluso lo del cubrirse la cabeza ha perdido vigencia.

Hoy, a una cacereña de clase alta, media o baja es difícil convencerla de que se encasquete un gorrito a menos que éste empiece por be y sea Barboor , Burberrys o, cuando menos, british . ¿Y qué decir de los zapatos? Una de las imágenes más paradójicas de la ciudad feliz es la de esa señora que va a misa de mediodía a San Juan con un abrigo de pieles propio de Moscú, pero con unos zapatos abiertos estilo Tenerife.

LO IMPOSIBLE Agueda es una profesora cacereña que busca unas botas o botines de suela de goma y piel poderosa para su hija, que gasta un 40. Imposible. Hay bonito calzado de goretex para caballero, pero para su hija, nada. Algún dependiente no sólo se ha escandalizado, sino que le ha parecido aberrante que una adolescente gaste el 40.

Con lo que el círculo se cierra y ya queda dibujado el retrato robot de la mujer ideal de la ciudad feliz : elegante en el abrigo, glamurosa en el estilo, calurosa en general y con pie de japonesa. ¡Ah! Y si tienen ustedes la tentación del anorak y la bota basta, no olviden el primer mandamiento de la ciudad feliz : "¡Antes constipadas que paletas!".