En la ciudad feliz parece como si el haber conservado la parte antigua eximiera de conservar nada más. Si Cáceres no hubiera contado con una ciudad monumental tan magnífica, tendríamos que habernos conformado con el barrio de la Audiencia y de Santiago, que es una preciosidad, pero nadie lo visita y a nadie se le enseña.

Aparecer en la plazuela de Santiago subiendo desde la ribera del Marco, es decir, entrando por detrás de la iglesia, es una experiencia cautivadora: llegas al ágora y de inmediato no sabes dónde te encuentras. Parece una plaza de Evora o Portalegre. Pero es Cáceres. Y es que ese barrio, que en proporciones y estética similares ha convertido Evora en Patrimonio de la Humanidad, es un espacio urbano apartado que se mira de soslayo como el rico que observa sin emoción la humildad perfecta de un huevo frito porque él ya come langosta.

HOTEL EXTREMADURA La ciudad feliz , en fin, se siente pagadora de un peaje por haber mantenido incólume su casco romano, árabe, judío, medieval, renacentista y barroco y a partir de ahí, que no pidan más conservacionismo porque ya hemos hecho demasiado esfuerzo. Sólo así puede entenderse que la piqueta diezmara el conjunto modernista singular del final de la avenida de España o que no se haya levantado casi ninguna voz en contra, al menos a priori, mientras se demolía el antiguo hotel Extremadura o el edificio en cuyo bajo abría la boutique Carol.

En la ciudad feliz , todo lo que esté fuera del casco primigenio y monumental corre peligro: ya sea el Refugio y la ermita de Santo Vito, que costó Dios y escritos conservarlo, ya sea el arco de la calleja de Mansaborá, destruido en 1998 por decisión de un técnico municipal para que pudieran pasar los camiones unos días a una obra cercana.

En esa sensación colectiva de que en la ciudad feliz ya se conservan bastantes cosas está el origen de la reticencia de sus autoridades a conservar archivos. Hace un par de años, descubría EL PERIODICO EXTREMADURA el caso de los archivos privados de Franco, que pudiendo haberse quedado gratuitamente en Cáceres, fueron aquí rechazados y han acabado en Salamanca.

Ahora ha surgido el caso del archivo fotográfico de Juan Ramón Marchena, historia viva y testimonio único del devenir último de la ciudad feliz , que sólo después de muchas dudas parece que va a ser adquirido por el ayuntamiento.

Y aunque la dicha es grande, sin embargo resulta un poco tardía ya que por el camino se han ido perdiendo otros interesantes archivos fotográficos. Ahí está el de Javier, parte del de Perate o los archivos fotográficos de Cancho y de Burgos, que tenían mucho y muy interesante material.

Por no hablar del archivo de Tomás Martín Gil, fundador de la revista Alcántara , colaborador habitual de la Revista de Estudios Extremeños y a quien la Diputación dedicó una exposición monográfica. Martín Gil murió joven y su archivo podría perderse si ninguna de las instituciones que lo podrían comprar se interesa por él.

Hay más archivos en la provincia que se podrían adquirir como el del alcantareño Remigio Mestre Hurtado, que se lo ofreció al ayuntamiento de su pueblo y nunca más se supo. Pero así son las cosas. En el Meiac de Badajoz, en cuanto descubren cuatro fotos de interés para Extremadura, las compran. En Cáceres, dudan y dudan y vuelven a dudar. Total, como ya hemos conservado la torre de Bujaco... ¿Para qué queremos más?