Cáceres es una ciudad feliz frente a Bagdad, que es una ciudad eternamente preocupada. Mientras que la capital iraquí ha sido atacada, conquistada y destruida en múltiples ocasiones a lo largo de la historia, Cáceres no ha sufrido graves devastaciones bélicas, al menos en los últimos siglos.

Sobrecoge imaginar la angustia de los habitantes de Basora, Nasiriya o Um Qasar durante estos días de ataques atroces. Pero si repasamos con detenimiento la historia cacereña podemos encontrar situaciones en las que los habitantes de la ciudad feliz también sufrieron.

Los últimos episodios bélicos en los que Cáceres se vio inmersa datan de hace 66 años. Fue en 1937 cuando la capital cacereña vivió momentos trágicos parecidos a los que ahora padece Bagdad. El 23 de julio de ese año, cinco aviones republicanos descargaron 18 bombas sobre la ciudad provocando 36 muertos y numerosos heridos.

Pero los cacereños han sentido en sus carnes los estragos de la guerra en numerosas ocasiones. Debemos retrotraernos 1.600 años, justamente al siglo V, para encontrarlos inmersos por primera vez en una guerra civil. Porque eso sí, en la ciudad feliz , las guerras que más daño han hecho han sido siempre las de cacereños contra cacereños.

CACERES CON HERMENEGILDO

Trasladémonos, pues, al siglo V e imaginemos a los visigóticos habitantes de la antigua Norba tomando partido por el católico Hermenegildo frente a su padre, el arriano Leovigildo. El padre no se anduvo con tonterías, cercó Cáceres, penetró en ella y castigó duramente a los vecinos.

Se marchó después a Mérida y los cacereños, que como veremos en el enfrentamiento contra las tropas de El Empecinado, cuando quieren, son tozudos, aprovecharon que Leovigildo se iba para volver a levantarse contra él. El resultado no se hizo esperar: venganza terrible, muerte, destrucción y Cáceres quedaba devastada y callada para varios siglos (según otra teoría, fueron pueblos bárbaros los que destruyeron Norba en sus correrías hacia el sur).

Tras casi medio milenio de barro y cenizas, los almohades se interesaron por aquel miserable puesto de vigilancia mal ocupado por los almorávides, situado junto a un riachuelo y en el camino natural del puente de Alconétar a Mérida. El caso es que levantaron una gran fortaleza sobre las ruinas romanas y empezó el baile.

A lo largo de 63 años, los que van de la reconquista por el Cid portugués (Geraldo Sempavor, aventurero que abandonó la plaza en cuanto le extrajo su jugo) en 1166, hasta la reconquista definitiva por Alfonso IX en 1229, Cáceres sufrió ocho asedios y cuatro conquistas.

Fue un loco mía tuya que hizo de los cacereños cualquier cosa menos ciudadanos felices. En 1169, Fernando II se la arrebataba a los almohades en una rápida acción guerrera, al estilo de la que Bush quiere en Irak. En 1174, llegaba Abu Hafs, el lugarteniente del califa Abu Jacob, cercaba la plaza seis infinitos meses, la tomaba torre a torre y dejaba para el final la hoy llamada de Bujaco, donde degollaba uno a uno a sus defensores.

Vino después el tiempo de los sitios interruptus : en 1183, Fernando II lo intenta entre enero y mayo y se retira; en 1213, Alfonso IX la asedia y ataca durante varios días, pero no hay nada que hacer; en 1218, la cosa se pone de lujo con un ejército de españoles y franceses en plan cruzada cristiana, pero llovió mucho aquel otoño y los moros siguieron disfrutando de la ciudad feliz e inconquistada.

En 1222 llegó el ejército de Alfonso IX al estilo Donald Rumsfeld, con mucha arma moderna: catapultas, tropas de élite y demás. Tomaron algunas torres y defensas, pero el eje del mal almohade resistió. Por fin, en abril de 1229, Alfonso IX, no se sabe si con la ayuda de San George , conquistaba definitivamente la ciudad feliz para los buenos .