Si Santa María y San Mateo fueron barrios fundamentalmente señoriales, San Juan era la colación de los mercaderes y los funcionarios, levantada en un arrabal extramuros. Su parroquia es bien antigua, y probablemente se remonte al siglo XIII, según atestiguan algunos elementos decorativos, como los hermosos canecillos románicos que sustentan el alero, pero las primeras noticias documentales que de ella tenemos se remontan a la centuria del 400. Su fundación por Alfonso IX, o la erección de una ermita sobre un horno de pan, son sólo leyendas.

En su plazuela vocea la Leoncia, obra de Calderón Silos, todos los días EL PERIODICO pobre sufridora de ataques vandálicos, bajo la mirada del grupo escultórico de los cofrades, de Pedrero, cuya ubicación no puede haber sido peor elegida. Desde aquí se contempla la sólida fábrica de San Juan Bautista, a la que también se la denomina San Juan de los Ovejeros, aunque, lo cierto, es que lo que así se denominó fue una cofradía y no el templo. Este es muy sólido y austero, al exterior, como es la tónica de las parroquias cacereñas, y destacan las robustas capillas adosadas, decoradas con profusas armerías, algunas esquinadas, como la de la capilla de los Espadero, y la torre, muy robusta, terminada en el siglo XVI por Gabriel de Roa, a la que, en el siglo XX, se despojó del chapitel que la coronaba. Tiene el templo dos portadas, una al lado del Evangelio (que se tiene por principal) y otra al lado de la Epístola, que se denominó Puerta del Sol, ambas del XIV, góticas abocinadas y protegidas por tejaroces.

El interior es amplio, de una sola nave, que se divide en tres tramos cubiertos por bóvedas de crucerías, pero las más espectaculares y complejas son las del ábside, más antiguo que el resto del templo. A los pies de la iglesia se levanta la tribuna coral sobre arcos latericios que trazó Narciso Gallardo en 1777. Sin duda, la más espléndida de las capillas laterales es la de los Espadero, hoy conocida como del Perpetuo Socorro, construida, a instancias de Alonso Martínez Espadero Pizarro, en 1589 por Gabriel Pentiero. Sus dimensiones son notables, su cúpula es hermosísima, sobre pechinas, y posee sacristía propia.

Viejas tropelías

Otra hermosa capilla es la de las Reliquias, en el presbiterio, con su deliciosa portada clasicista atribuida a Pedro de Ibarra, decorada con angelotes y columnas abalaustradas, que cobija una excelente bóveda casetonada y se protege con una hermosa rejería, la cual estuvo tapada por el retablo mayor, que, incomprensiblemente, desapareció con los aires del Concilio, tras el que se cometieron, por todas partes, verdaderas tropelías contra el patrimonio histórico y artístico. Hoy preside el presbiterio una hermosa talla salmantina de 1661, el Cristo de la Buena Muerte, antes conocido como del Pardo, de magnífica factura, aunque no exento de un punto de rigidez. Lo flanquean dos ángeles dieciochescos que recuerdan a los que rematan el primer cuerpo del retablo de la Montaña.

Es destacable la tribuna y la caja del antiguo órgano, e, igualmente, posee buenas pinturas, tales como la Santa Rosa firmada por el cacereño Francisco Mendo, el Amarrado de los Saavedra, la Virgen de la Espina y tres tablas, procedentes del retablo desaparecido, así como interesantes piezas de orfebrería, de las que sólo citaré, por no hacérselo pesado, un caliz limosnero, donación de Felipe III (vaya, un pareado). Otras capillas hay de interés, como la de los Saavedra, o magníficos sepulcros, como el de los Herrera, retablos laterales y obras de arte varias que fueron sometidas a auténticos bailes en las reformas del XX y que bien merecen un poco de atención.

Así, entre otras, la Esperanza, imagen de candelero de José García Bravo, fechada en 1949 y que procesiona, sobre un trono espectacular, el Miércoles Santo, una pequeña imagen rococó de San Antonio, adquirida en el XX, la imagen de San Antonio Abad, que era la que se veneraba en la demolida Ermita de San Antón, que se alzó en la calle de su nombre. Y la deliciosa Inmaculada de los Carrillo de Figueroa, por la que siento una especial debilidad, tanto por su delicada factura barroca, como por la devoción que me mueve y el recuerdo que me trae de las novenas cuando era niño y abuela Candela se emocionaba, y yo con ella, entonces y ahora.

Demasiados muertos se han enterrado aquí, tantos que no quiero ni contarlos, pero yo hoy me quedo con el recuerdo de las misas de siete --de tan cuidada liturgia-- con abuela, abrigos de visón y varias vueltas de perlas, los paseos desde casa, los saludos, las confesiones los primeros viernes de mes con Don Manuel o Don Baltasar, la bandeja que pasaba de pequeño... así perviven sentimientos de muerte y vida, de dolor y amor --constante y eterno-- de emociones antiguas, que se vuelven, en estos días tan lejanos de aquéllos, nuevas ante la Inmaculada a la que tantas salves recé.