A sus 48 años, María Torres, empleada de ayuda a domicilio, ya limpiaba ayer por la tarde su nuevo piso en el bloque A de la calle Ródano, unos pocos metros más abajo del inmueble en el que ha vivido con su marido José Cabezón, trabajador de la construcción, y sus cuatro hijos durante los últimos 19 años. Cuando completen el traslado, podrá empezar un sueño y habrá acabado una pesadilla. "Para nosotros cambiar de piso supone empezar una nueva vida", aseguran.

Pero su recuerdo de la etapa más reciente en el bloque C es nefasto. "El problema empezó hace siete años, cuando comenzó a haber gente que vendía mierda", dicen sin tapujos. Aunque tenían buenas relaciones con algunos vecinos del inmueble, la vida diaria de este matrimonio ha convivido con la suciedad y la ocupación ilegal de pisos mediante el método de la patada en la puerta. "No podías abrir. Entre los olores y la gente que se metía porque estaban las puertas abiertas... No se podía, no se podía", repiten.

Aunque continuarán viviendo en el mismo barrio, lamentan la imagen negativa que está proyectando Aldea Moret al resto de la ciudad y piden soluciones para mejorarlo. "Me da pena porque lo veo a diario. Tenían que hacer algo", afirma la mujer, convencida de que esta zona de la ciudad merece un trato mejor. Ellos, de momento, podrán empezar a vivir más tranquilos.