Día de Navidad. Al fin y al cabo el gordito barbado, vestido de rojo, va, poquito a poco, siendo sustituido por un paño, también rojo, con un Niño Jesús. Tal vez no quiera decir nada, o sean suposiciones nuestras, pero ese detalle apunta a una leve vuelta a las señas de identidad de un pueblo que, a fuerza de ser zarandeado por los vientos laicistas y anti- no sé qué, se resiste a que le borren la memoria y el recuerdo de sus mayores.

25 de diciembre y una espectacular torda blanca sobre los campos yermos del llano septentrional de Norba Caesarina. Más allá de Monte Abuela y Santo Toribio nos salimos de la N-630 por una puente sobre los raíles del viejo ferrocarril.

El carril nos lleva hasta un arapil alomado, a cuya vera está ubicada la casa fuerte de la Torre del Camarero. Qué espectáculo tan sugerente el de los campos blancos de la helada. Apenas se nota el céfiro de poniente, pero un frío intenso nos solivianta las manos y la cara.

En el mismo altozano, el huésped de la propiedad nos recibe con un amable saludo. Permítanme recordarles que para nuestro padre Miguel de Cervantes, huésped no era el que se alojaba en casa ajena, sino el dueño de la misma o de la posada. Pues eso: el hueped nos saluda e inquirimos:

"¿Es esta la casa de Pozo Morisco, verdad?"

"No, señor. Esta el la Torre del Camarero".

"¡Cáspita! La del Camarero. Qué maravilla. ¿Puedo hacerle unas fotos?"

"Desde luego. Haga, haga usted".

Mientras un hercúleo mastín nos vigila bonacible, contemplamos la austeridad de la casa de Torrearias, a la cual incordian los elementos extemporáneos que los siglos han ido acumulando en su entorno. Pero ese halo de fortaleza aún permanece en la reciedumbre de sus muros.

CAMARERO DE LA REINA Sucedió que cuando vinieron, nada menos que Doña Isabel y Don Fernando, allá por 1477 y se alojaron en casa de Alfonso Golfín en lo que hoy conocemos como Golfines de Abajo, en prueba de gratitud por sus servicios le concedieron la institución de un mayorazgo de bienes, que en 1487 pasó a su hijo Sancho Paredes Golfín, el cual fue camarero de la Reina, es decir, ayudante de cámara (no sea que algún ignaro se espante). En dicho mayorazgo entraba esta dehesa, llamada de Torrearias, con su casa fuerte, que naturalmente fue llamada del Camarero.

La mañana de Navidad avanza sigilosa en el mar helado del páramo; apenas se ven algunas aguanieves y un sol débil empieza a lanzar sus rayos timoratos sobre el día siguiente a la celebérrima cena.

"¿Ve usted aquel escudo? Es el de los Golfines. También había una torre; pero fue desmochada. Cualquiera sabe".

"Muy bien, muchas gracias. Entonces ¿no sabe dónde está Pozo Morisco?".

"Ni idea. Pregunte en el Casar".

Nos vamos de Torrearias, con su casa solariega y blasonada. Apenas pasa algún coche por la deshabitada 630. Quién va a moverse en semejante mañana de Navidad por tan gélido panorama.