Llueve. La eternidad se pasea --plena y radiante-- bajo un palio rojo. No hay lugar que no impregne de su esencia. Las piedras bañadas, el mortero y el tapial, los cantos y pizarras, los blasones y los arcos. Todo es eterno presente. Bajan dos jóvenes sonrientes por la Calle Olmos, ellos también parecen impregnados de eternidad. Continúan caminando --del brazo--, cobijados bajo un paraguas, entrecruzando sus miradas. La eternidad decide instalarse entre ellos. Es hermoso ver florecer el amor en otoño. Parecen tan felices que dan ganas de seguirlos. Pero nosotros nos detendremos ante la Enfermería de San Antonio.

Las enfermerías jugaron un papel decisivo en la sociedad de la Edad Moderna y fueron un instrumento sanitario decisivo, dentro de los parámetros de aquellos tiempos. La actual enfermería se funda en 1659, como casa de reposo y cura para los frailes de San Francisco. Al encontrarse el convento junto a la Ribera (zona apestada de mosquitos), se situaba cercano a un foco de paludismo, una de las enfermedades endémicas de esta tierra nuestra extremeña hasta no hace tantos años. No era el único lugar insalubre de Cáceres y ya les iré mostrando otros de ellos. Tan afectada se encontraba la comunidad franciscana que el Concejo, en esa fecha, dio a los dichos frailes este solar para sobre él construyeran el Hospital. Como las arcas públicas no podían sostener el gasto de la construcción y el mantenimiento y no en vano ésta es una orden mendicante, se encargaron de buscar protectores para su obra y treinta familias cacereñas dieron no sólo limosnas para su construcción, sino que, además, corrían con los gastos que cada religioso enfermo ocasionaba.

Estas familias recibieron en Cáceres la denominación de Alcobistas, que se convirtió en signo de distinción entre la nobleza local. No contentos con ello, cada una de las familias situó sus armas en azulejos polícromos sobre la celda que costeaban. Estas piezas cerámicas son una de las mayores joyas de la riquísima heráldica cacereña, tesoro verdadero y escondido. También existía en el oratorio una serie de cuadros representando los milagros de San Antonio pintados sobre fondos de paisajes urbanos cacereños. Hoy en día no se encuentran allí y, aunque intuyo en manos de quién pueden estar, no quiero aventurarme a decirlo sin tener la certeza. A este oratorio de San Antonio de la Enfermería acudían las familias bien a honrar al de Lisboa, mientras que las clases populares acudían a San Antonio del Barrio.

La enfermería se remodeló exteriormente en el siglo XVIII. En su fachada destaca la hermosísima ventana barroca, que --de tan deliciosa-- me hace perder la cabeza. La reforma dieciochesca queda atestiguada por los blasones, uno de los cuales incluye ya las lises borbónicas y presenta extraña brisura, esto es, signo de diferenciación con respecto de las armas del jefe de la casa, muy común en la heráldica europea, pero extraña costumbre en tierras ibéricas. Junto a él, las armas de la entonces Villa y las de los franciscanos, con las consabidas armas místicas de San Francisco, las cinco llagas sangrantes, muy comunes en tantas poblaciones españolas. En el interior se encuentra un hermoso patio hacia el que se volcaban las celdas de los enfermos.

Casa de los Cabrera

Junto a la enfermería y hoy también formando parte de ella, se encuentra la Casa de los Cabrera Sotomayor, que en su día precedente, perteneció a una rama de los Perero, casta en la que nacieron Sancho y Juan de Perero, que pasaron al Perú. La Enfermería fue desamortizada en el siglo XIX y en ella se asentó la casa rectoral de San Mateo y más tarde el colegio de las carmelitas de Vedruna, que se instalaron aquí en 1892 tras haber pasado dos años --de prestado-- en el Palacio de Adanero. Se instalaron el 3 de febrero y celebró la misa un cura que fue toda una institución en Cáceres, Fernando Jiménez Mogollón. De aquí partieron a su actual ubicación en la Avenida de Guadalupe.

Tras ellas llegaron a la Enfermería las madres jerónimas en 1974, quienes tuvieron en su día el Convento de Santa María de Jesús, sobre el que se levanta la Diputación. Son reposteras excelentes y seres --infelizmente-- extraños en este mundo material donde tanto se desprecia el espíritu. Vida de contemplación, de oración, de trabajo y de silencio. Los conventos se vacían y ahora aquéllos a quienes dimos la fe nos dan lecciones de entrega viniendo a llenar nuestros antiguos y vacíos cenobios de esta decadente Europa. Es hermoso ver en Semana Santa, asomadas para ver las procesiones, a las monjas (hábito blanco, escapulario marrón) venidas de países lejanos, y que nos recuerdan el carácter universal de la Iglesia. Piensen, si quieren, que soy un ñoño o que me pongo para cenar jazmines en el ojal, que a mí eso me da igual. Con su permiso entro a comprar unos dulces, que éstos sí que son eternos, como nuestros paseos.