TUtn año más el nuevo solsticio, de invierno, nos abre la puerta de entrada a la Navidad, invadiéndonos celebraciones, regalos y consumos varios. Este ciclo manifiesta un dinamismo que va desde la luz y el calor hacia la oscuridad y el frío, conformando un movimiento pendular.

Los seres humanos celebramos este acontecimiento desde que observamos los ciclos de la naturaleza hace milenios, e inspirados en el misterio hemos hecho coincidir en esta fecha el nacimiento de muchos guías espirituales. Sin embargo la fiesta en torno a la Navidad se está quedando reducida a una manifestación sociológica del consumismo. Unas fechas que, "desde siempre", han sido festivas a lo largo y ancho del Hemisferio Norte en torno al solsticio de invierno, cuando los días comenzaban a alargarse. El invierno llegaba a su ecuador y todos pensaban que, en adelante, las cosas solo podían mejorar.

Una vez más, intento sumarme al ritmo del entorno social y cultural en donde vivo, con tolerancia y comprensión hacia los que pretenden imponer su verdad, sus gustos. Convivimos. Me enfrento al espejo del alma y celebro seguir en el camino, y me pregunto si todavía queda algo de rebeldía en mi corazón.

Sin embargo en esta sociedad "civilizada", estas fiestas son cada vez más tristes y es frecuente escuchar que la llegada de las Navidades deprime y agudiza muchas soledades, rencillas y neurastenias latentes durante el resto del año.

La cultura dominante y la ley del mercado nos pautan lo que somos, lo que hacemos y consumimos, y nos convencen que la felicidad también se puede comprar envuelta en papel de regalo. "Consumo, luego existo" es el mandato.

Es la época donde se impone el intercambio y degustación de emociones, de supermercado, comida y cultura prefabricada, enlatada y pronta para servir. Todo es mercancía y velocidad, y se imponen como valores lo efímero y lo superfluo, la apariencia y el glamour, el inmediatismo y el todo vale, la indiferencia y el egoísmo, el fanatismo y la ignorancia.

La sociedad de consumo nos quiere borrar del corazón que los regalos más importantes no se pueden comprar con dinero. Celebrar la Navidad exige aprender a vivir con un sentido profundo de fraternidad.

Por mi parte intento vivir y celebrar el solsticio convocando la sencillez y la autenticidad, compartir el encuentro y la comunicación con mi familia y mis amigos, en el respeto y la aceptación de las leyes de la naturaleza y de la diversidad que somos, empezando por compartir en lugar de acaparar, por hacer gestos concretos de solidaridad y fraternidad.

En este Solsticio brindo por la humanidad, para que todos nos podamos considerar fraternos en todo tiempo y lugar y sobre todo, para celebrar el aquí y ahora de la vida. Una vida digna y saludable.