En 1909, Unamuno viajó a Trujillo y visitó su casino. Le mostraron la biblioteca y la describió en su libro Por tierras de España y Portugal . Dice de ella que es pobrísima, que se ha formado para que no se diga que en el Casino de Trujillo no hay libros, aunque nadie los lea. Repara luego en que los socios presentes se dedican a jugar a las cartas y acaba sentenciando que el juego es el terrible azote de las villas y ciudades de Extremadura, una región dominada por este vicio absorbente.

Treinta años después, otro escritor, Josep Pla, recorrió en autocar la vieja Cataluña y lo contó en su libro Viaje en autobús (1942). En el capítulo Atardecer en el pueblo relata su llegada a una villa cercana a Lloret de Mar, donde visita también el casino y pide que lo lleven a la biblioteca. Allí ha de esperar a la mujer del conserje, que ha ido a comprar cacahuetes y tiene la llave de la librería.

Jugando al canario

Como Unamuno, repara en los pocos libros que contiene y en que la mayoría no se han abierto nunca. En ese casino catalán tampoco se lee y los libros están de adorno. Al igual que en Trujillo, los socios juegan, incluso en las mesas de la biblioteca, donde se disputan varias partidas de canario a real.

Pero el escritor ampurdanés no concluye que el juego azote su región ni absorba la mente de sus conciudadanos. Sólo ironiza sobre la situación. Sirva la comparación como ejemplo de la vieja imagen oscura de Extremadura. Sin embargo, hay ciudadanos que se esfuerzan en romper con inercias negras y costumbres bárbaras. ¿Un caso? El gerente de la estación de autobuses de la ciudad feliz : Eduardo Hernández Mogollón.

En Viaje en autobús , Pla describe la biblioteca de aquel casino: "En el fondo del local, sumida en una sombra densa, veo una gran baluerna, lo que se suele llamar una librería, con fuertes cristales y unos motivos decorativos pomposos en la cornisa".

Sesenta años después, esa palabra tan bella, baluerna, fue recogida por Eduardo Hernández para bautizar una colección de libritos que se reparten gratuitamente en la estación de autobuses de Cáceres. Acaba de salir el número 23 y están editados con un mimo exquisito y el esmerado cuidado tipográfico del escritor Julián Rodríguez Marcos.

La estación de autobuses de la ciudad feliz fue la primera de España en programar exposiciones de arte, actuaciones de cuentacuentos y talleres de pintura y es la única que regala relatos y poemas. Pero Baluerna va a dejar temporalmente de editarse y Eduardo Hernández desea que los lectores le hagan llegar sus comentarios.

Si Unamuno tuviera internet en el más allá, quizás le enviaría un correo electrónico sentenciando exagerado que los extremeños parecen azotados por la lectura, absorbidos por el vicio de los libros. Pla ironizaría y sería más justo.