TCton permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide, vamos a ver si podemos dejar escritas las venturas y desventuras cinegéticas de esta temporada en ciernes. Inexorablemente, la turba anticaza nos pondrá como chupa de dómine, pero nosotros cazamos para contárselo luego a los amigos del monte, del campo, del calor y del frío otoñales e invernales; que, al cabo, eso es la caza. El que venga buscando melindres o muertos y eviscerados encontrará poca cosa.

A los amantes de la Naturaleza, que circunda estos pagos cacereños, les dedicaremos estos pasos y paisajes con la escopeta al hombro, o mejor dicho, en los brazos que es como casi siempre la tenemos cuando caminamos por umbrías y solanas.

Con la venia, una aclaración: Si escribimos en plural, no se trata del mayestático de turno, sino que simplemente nos incluimos ambos: cazador y perro. Un servidor y Ari, una epagneul-breton que tengo el gusto de presentarles. Lo dicho: vamos a ver cómo fue el introito, la primera jornada. La pobre Ari anda huérfana de dueño y a las primeras de cambio padeció el síndrome de la ausencia de su dueño natural, que no es otro que Rodrigo, que anda cultivando su intelecto en lejanos pagos napolitanos. No tuvo más remedio, la pobre, que adoptarme como compañero. A los hechos y el escenario.

Ha llovido poco. Se mantiene el barzal tupido de la abundancia de lluvia del último invierno; pero seca. Hay un sardón de monte bajo que se quiebra al paso de las botas; si bien, en bajíos y vaguadas, esos chaparrones estentóreos de días pasados han levantado un verdecillo nuevo que anuncia las vehemencias del otoño por salir a flote.

El día, reluciente y soleado. Si a primeras horas un vientecillo dejaba una nota de frescor, tomó luego las de Villadiego, y nos dejó una jornada bochornosa, densa y pesada. Al que le guste cazar con la solajera, que San Pedro se la bendiga. Ari, desconcertada. Caza al salto con su dueño, pero uno está ya para sopitas y buen vino, y más que al salto, practica una caza pasiva, de recibidor, de puesto. Aun así comprendió enseguida de qué iba la vaina y me hizo tres regalos de cobro de padre y muy señor mío.

Alicorté una perdiz, que peonó, y se fue a las Quimbambas. Desde mi puesto, y sin moverme, cuando finiquitó la mano, le dije que fuese a por ella. Salió disparada y la perdí de vista, unos minutos después apareció con la perdiz en la boca y la depositó junto a mis botas.

Nico bajó una perdiz, y en el intermedio del "cara y cruz", Ari fue a buscarla, la encontró presto y la llevó a mi lugar de espera. Esta perra ha estudiado el "trivium" en Bolonia, por lo menos. Por lo demás, moscas y mosquitos, por miríadas, dándonos la tabarra. Comimos y regresamos. Día del Pilar. Patrona de la Guardia Civil. Fiesta nacional de España. Desfile de la Victoria. Día de la Raza. Todo eso se decía antaño. Hoy, cualquiera sabe. Los compañeros, bien, tan afables y fraternos; de otras cosas, mejor no meneallo. Demos gracias, porque campo y caza nos alivian las migrañas de la misantropía.

Lo malo es que te preguntan: ¿Qué, mataste mucho, poco? Qué más dará. Y uno contesta: ¡Qué perra tengo! Habla con la mirada. A ver si cambia el tiempo y se refrescan esos montes de Dios. Entonces ya el otoño, los lirios del valle, el olor de los gamones y los tomillos: el esplendor de la caza.