Si usted no ha asistido a tres cenas de Navidad en estos días es que usted no es nadie. En estos días es imprescindible que se reúna a cenar con la panda de amigos, con los colegas del sindicato, del partido político o de la asociación a la que pertenece y sobre todo no puede faltar a la cena que organizan sus compañeros de trabajo.

Las cenas con los amigos no dan mucho de sí, pues se producen muchas veces durante el año y ya nos sabemos los chistes del gracioso de la pandilla de memoria, de manera que si no hay un cotilleo novedoso resultan un poco plastas. Las de los partidos, sindicatos y asociaciones son peligrosas. Es imposible sentarse junto al mandamás, te ves rodeado de quienes no te han votado, o te han vetado, y encima debes presentar tu mejor sonrisa. Ahora, lo peor son las cenas de empresa.

Si fueras sincero tienes mil motivos para no asistir a ella. Bien porque el jefe te cae muy gordo, bien porque los colegas no te son agradables, bien porque ese mismo día tienes la cena de la cofradía. Pero vas para no dar el cante. ¡En qué hora! Resulta que te pasas la noche entera hablando de las mismas cosas que todos los días. Que si el sueldo, que si el jefe, que si los clientes, que si los proveedores, que si los aparcamientos.

Menos mal que antes de los postres no se sabe por qué la alegría nos inunda a todos, comienzan a volar trozos de pan, las voces llenan el recinto y hasta te pones a bailar la conga de Jalisco. Incluso te atreves a interrumpir el discurso del jefe para pedirle que "menos felicitaciones y más sueldo". "Y mañana no se trabaja", dice alguno.

Al final acabas en el bingo o en un bar de copas dándole la coba al jefe. Te vas a acostar no sin organizar una algarabía en la calle que despierta a los vecinos. En particular a mí, so mamón.