En una calle de la zona residencial más cara de la ciudad la vida es diferente. Levantarse, ir a clase, comer juntos o disfrutar de la convivencia con otros compañeros de casa se convierten en un objetivo que ganarse cada día. En el R-66 permanece abierto desde hace 15 meses una casa en la que los menores que han cometido delitos, principalmente relacionados con violencia familiar, pueden tener una oportunidad para rectificar y empezar de nuevo.

Gestionado por la asociación Trama, con amplia experiencia en el trabajo con adolescentes problemáticos y con otros centros similares en Madrid, Valencia o Melilla, la Consejería de Bienestar Social apostó en agosto del 2005 por abrir las puertas de este chalet acogedor con capacidad para media docena de jóvenes de entre 14 y 18 años, siempre extremeños y para los que el juez haya dictado la medida de convivencia en grupo educativo tras una sentencia. "Son personas normales que, a veces, la sociedad etiquetamos como delincuentes o violentos", señala primero María José Amor, psicóloga de la Dirección General de Infancia y Familia, con más de 20 años en la tarea con menores.

Con el objetivo prioritario de que no reincidan y lleven una vida normal, en el piso permanecen atendidos día y noche por un equipo formado por un coordinador, dos educadores sociales y cuatro monitores de Trama, con la que la Junta firmó un convenio para poder tener el mismo recurso del que ya disponía en Badajoz y para poder hacer cumplir las medidas exigidas por la Ley del Menor. No se trata de un centro de internamiento como el Marcelo Nessi y, aunque los menores están sometidos a normas desde que llegan a la casa, cada caso se aborda particularmente.

Trabajo en equipo

Durante los quince meses que lleva abierto, por este piso para la ejecución de medidas judiciales han pasado ya un total de once menores con trece mandatos del juzgado de Menores. El perfil, según explica la psicóloga María José Amor, no se corresponde con el tópico del adolescente que procede de ambientes marginales o familias desestructuradas. "Ahora muchos de los chavales son de familias tremendamente normalizadas donde ha habido un padre y una madre que les han dado de todo y donde no existen esos factores de riesgo", subraya.

Andrés Palladino es el jefe de la casa. Italiano nacido en Argentina de 60 años, viene de vuelta. Ha trabajado toda su vida con menores en diferentes campos y sabe bien cómo tratarles. Está satisfecho con la labor realizada hasta el momento por su equipo y la coordinación con los técnicos de Infancia y Familia. Su dulce acento argentino y la sonrisa restan dramatismo a una labor "en la que las dificultades forman parte de la tarea". El nivel de éxito con los chavales se logra, asegura, "estando con ellos, sabiendo qué eran, las dificultades con las que entraron y cómo salieron". Este especialista indica como balance que el 70% de los chicos han respondido bien, "un porcentaje bastante alto". La psicóloga tiene claro que el triunfo "está en que vuelvan a casa, pero en otras condiciones a las que salieron".

A la hora de realizar este reportaje los cinco menores que viven ahora en el chalé se encuentran fuera, ya que todos están escolarizados. La legislación les protege y ni está autorizado hablar con ellos ni tomar fotografías en las que se pudiera dar alguna pista de su identidad. Por estas razones no aparecen en este trabajo. Las medidas dictadas por el juez marcan el tiempo de permanencia de cada uno en la casa, aunque este es modificable si los informes técnicos son favo-

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