Juan Pérez y Pérez nació en Valdefuentes, era miembro de la Guardia Civil y lo destinaron a Sevilla, donde conoció a Esperanza Vera Ruiz, que vivía en Triana. Se casaron y al cabo de un tiempo se vinieron a vivir a Cáceres. Como Juan era muy emprendedor decidió dejar su puesto en la Benemérita y se hizo con la gerencia del Parador del Carmen, que estaba en la Cruz y se convirtió en un nudo de comunicación de la ciudad puesto que hasta él arribaban todos los coches de línea de la provincia.

Juan y Esperanza residieron durante años en una vivienda situada dentro del parador. Tuvieron cuatro hijas: Manuela, Luisa, Francisca y María. Cada mañana, una tartana cubierta, con asientos y arrastrada por una mula, cargaba a las cuatro niñas y las llevaba al colegio de Las Carmelitas, situado entonces en la parte antigua. Cuentan que la mula era tan avispada que la tartana acabó prescindiendo del conductor porque el animal aprendió el camino y todos los días iba y venía sin dificultad de la escuela al parador.

La vida de la familia transcurría feliz en la Cruz, pero Juan quería prosperar y empezó a comprar terrenos. Se hizo con un montón de ellos, desde la Cruz a Fátima, hasta que un día pensó que la urbanización de esas parcelas no las verían sus hijos porque entonces Gil Cordero estaba en el extrarradio. Así que lo vendió todo y con el dinero adquirió dos fincas, una en la calle San Antón y otra en la avenida Virgen de la Montaña, junto al gobierno civil.

La fuente de los peces

En el 5 de Virgen de la Montaña Juan construyó una casa de tres plantas que tenía a la entrada un jardín con una fuente llena de pececitos de colores. La familia vivía en la primera planta, la segunda la alquilaron a un viajante de farmacia y en la tercera se abrió la famosa pensión Gertrudis. La casa estaba enfrente de Auxilio Social, una organización de socorro humanitario constituida durante la guerra civil y englobada luego dentro de la Sección Femenina de la Falange Española. Con el paso de los años, aquella casa se vendió al médico Luis Núñez Beato y finalmente se derribó.

Juan Pérez era un hombre de negocios, un empresario que tenía el empeño de vivir en Cánovas, centro neurálgico de la capital. Así que en 1927 levantó con su esfuerzo en San Antón la casa de corte modernista más famosa de toda la ciudad, la que con el tiempo todos conocerían como Casa de La Chicuela.

La proyectó el reconocido arquitecto Angel Pérez y era una auténtica joya, con un torreón hecho a base de azulejos tornasolados y especialísimos traídos desde la Cartuja de Sevilla, azulejos tan hermosos que cuando el sol se reflejaba en ellos te deslumbraban por su intenso brillo. La casa tenía una única puerta que comunicaba con un zaguán vestido con otros tantos azulejos azul cobalto en los que se representaban cientos de angelitos.

La Chicuela se distribuía en tres plantas. En la primera o principal vivía la familia, tenía un despacho precioso con muebles negros tallados con la figura de El Quijote y una enorme alfombra curtida con la piel de un caballo. El salón, de impresionantes dimensiones, daba paso a una galería circular que todo el mundo comparaba con un taxi porque cada vez que te asomabas al mirador desde sus ventanas contemplabas en toda su extensión el Paseo de Cánovas, con su ir y venir de gentes y vehículos que recorrían de un lado a otro el bello Ensanche cacereño. Disponía también de un hall con platos de cerámica colocados en forma de abanico, todos adquiridos durante la posguerra.

Luego estaban los dormitorios, las habitaciones del servicio, el cuarto para jugar, la suite con baño incorporado, el comedor de diario, otro baño, y la enorme cocina, con una puerta que a través de unas escaleritas comunicaba con el patio del estanco anexo a la casa y a la segunda planta, utilizada también como residencia de la familia. La tercera planta se alquiló a Bonifacio Avila, casado con Delia y que trabajaba en una imprenta.

La cerrajería, el enrejado, los mármoles... todo en La Chicuela era verdaderamente extraordinario.

La historia del torero

Esperanza, la mujer de Juan, tenía en Sevilla un sobrino, representante de un eslabón esencial de la tauromaquia española: los Chicuelo. Manuel Jiménez Moreno Chicuelo, hijo del torero Manuel Jiménez Vera, nació en la calle Betis en 1902. Pasó a los libros de la historia del toreo por la introducción de las chicuelinas en la lista de lances con el capote. Muchos también lo consideran el comienzo del toreo que conocemos hoy en día: el toreo del sentimiento. Tomó la alternativa en 1919 en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, con reses de Santa Coloma, de la mano de Juan Belmonte y con Manuel Belmonte de testigo,

Chicuelo paseaba su garbo por todas las plazas de España hasta que un día lo contrataron para que toreara en Cáceres. Al saber que sus tíos residían en la ciudad, Chicuelo se hospedó con ellos en la casa de San Antón. María, la hija pequeña de los Pérez, había mostrado desde muy corta edad inusual talento y belleza deslumbrante, así que dicen que cuando el torero entró en aquella casa y vio la delicada figura de su adolescente prima se enamoró perdidamente de ella.

Eran primos y nunca fueron novios, pero cuando Cáceres se enteró del romance imposible, María dejó de ser María para convertirse en La Chicuela, la mujer que no pudo casarse con el torero porque el parentesco le puso freno al amor.

El descapotable

María La Chicuela fue una mujer adelantada a su tiempo: inteligente, lectora insaciable, una de las primeras señoritas que obtuvo licencia de conducir en Cáceres en unos años en los que solo las Montenegro y alguna que otra dama de la alta aristocracia cacereña disponía de coche.

La Chicuela tenía un descapotable rojo cereza. Cada vez que Chicuelo toreaba, María cogía el coche, montaba a sus hermanas en el asiento trasero y en el del copiloto extendía su primoroso mantón de Manila. Cuando cruzaba la calle José Antonio la gente ya la esperaba asomada a los balcones para verla pasar porque aquella mujer, de pelo negro azabache que parecía sacada de un cuadro de Romero de Torres, era, sin duda, un espectáculo.

Chicuelo era por entonces famosísimo, pero tuvo que olvidar aquel amor prohibido y se casó con Dora La Cordobesita, una conocida cupletista que dio nombre a una marca de anís.

El tiempo pasó y las hijas de los Pérez fueron encaminando sus vidas. Manuela se casó con el alcalde de Salvatierra de Santiago, Francisca con José (de los Siriri), Luisa se quedó soltera, y María La Chicuela contrajo matrimonio con Pedro Rodríguez Domínguez, un perito agrónomo de Badajoz que trabajaba en el catastro, que estaba en San Pedro, frente a Calzados Nati.

La boda

Pedro y La Chicuela se casaron en San Juan y fueron muy felices. Cuentan que él nunca guardó rencor a Chicuelo, que incluso se convirtió en invitado de excepción a su casa cada vez que venía a torear a la ciudad. Para entonces Pedro y María residían en la planta principal de San Antón porque Juan y Esperanza se trasladaron a la segunda.

La Chicuela tuvo cuatro hijos: Pedro María, Juan Ramón, que murió de una pulmonía a los seis o siete meses de nacer, Marisol, y el pequeño, al que también llamaron Juan Ramón. Pedro María estudió Derecho, sacó unas oposiciones a la diputación y era administrador del colegio San Francisco, se casó con Carmen Rodríguez y tuvieron tres hijos: Pedro, Carolina y María Jesús. Juan Ramón sabía pintar, escribir y cantar, era funcionario de la Junta y fue jefe de actividades del colegio Donoso Cortés.

Marisol estudió perito mercantil en Badajoz aunque logró cumplir su vocación al entrar en Radio Cáceres, que luego fue La Voz de Extremadura, después Radio Cadena y finalmente Radio Nacional. Marisol trabajó 32 años en la radio. Se casó con un ingeniero agrónomo, Eduardo Jiménez Gómez-Caminero, y tuvieron cuatro hijos: Almudena, Eduardo, Beatriz y María del Mar.

La historia de la casa de La Chicuela entró en el ocaso a finales de los 70. La familia vende el edificio a Luis García, un dentista cacereño, que a su vez la vende a Pinilla. El anuncio de su derribo generó una protesta en la ciudad, que creó una plataforma que editó pasquines con el "No a la demolición. Cáceres es nuestro" tratando de evitar lo inevitable. El 16 de febrero de 1984, la empresa propietaria del edificio, respaldada por una sentencia del Tribunal Supremo y por la licencia municipal, reduce a escombros el inmueble.

Años antes, María, ya viuda (su esposo murió de un infarto con 42 años), se había trasladado a vivir a La Torre. En diciembre de 1977 sufrió una caída, le sobrevino una trombosis que desordenó su memoria. El 5 de enero pidió a sus hijos que los Reyes le trajeran a La Pepa , la muñeca de trapo de Famosa. Al recibir el regalo, les dijo: "Subídmela a la casa del torreón" . El 7 de febrero de 1978, María falleció los 73 años, aunque aquella Navidad previa a su muerte, La Chicuela, el amor imposible del torero, ya se había perdido en la niebla.