La rueda se hunde por primera vez a unos metros del paso de peatones de la sucursal de Caja Extremadura. Los amortiguadores apenas tienen tiempo de recuperar su posición inicial mientras el coche se aventura, nunca mejor dicho, por la avenida de España. Una rodada, dos rodadas, un bote. Media rodada, un bote, otro bote...

El conductor empieza a preguntarse si no sería mejor comprarse un todoterreno para andar por Cáceres, o al menos por el centro. Tras dejar atrás la confluencia de la avenida de España con Doctor Marañón, en el lado de los números impares, la suspensión del coche no tiene un respiro.

8 baches en 5 metros

Frente al Banesto, tres socavones dejan ya los amortiguadores tiritando. Unos metros más allá, el corto tramo que hay entre la perfumería Marionnaud y el banco Citibank concentra hasta ocho agujeros. Uno de ellos, junto en línea con la sucursal del Citibank, es más largo que el propio coche. ¿Cómo es posible que haya baches tan enormes?

El avance se hace entre declives continuos del asfalto, un centenar. Un parche detrás de otro, la erosión del terreno a lo largo y ancho de la calzada con grietas y socavones forma una cadena de desniveles más que perceptibles por los neumáticos, que se resienten también de las miles de piedras sueltas.

Frente al hogar de las Hermanitas de los Pobres, el coche vuelve a precipitarse hacia abajo. En un vistazo, se comprueba que el nuestro no es el único que se hunde. A la derecha, un Seat Ibiza que nos precede oscila arriba y abajo nada más rebasar la galería comercial Cánovas. Dos socavones, uno seguido de otro, tienen la culpa: frente a Solmanía y la entrada de párking. El semáforo en rojo, un respiro.

Después del paso de peatones próximo al Coliseum, una hendidura gigante aguarda a los automovilistas. ¿Es realmente un bache o el resto de la calzada es un parche? Cabe la duda. En realidad, en tres metros de largo por metro y medio de ancho, cabe de todo, casi dos coches.

Los números pares

Giro en la fuente Luminosa. El coche se libra por suerte de los baches que se aprecian en la esquina de Galet, pero el alivio pasa rápido. En cuanto se aproxima a la fuente, ya se adivinan los siguientes botes que dará el vehículo. Uno, dos, tres socavones, otros más pequeños.

Después de lo que se deja atrás, el avance por la calzada de los números pares de la avenida de España parece un paseo por una pista de hielo. Decenas de gritas y erosiones no duelen tanto, ni siquiera los agujeros que se abren en los accesos a Obispo Segura Sáez o Sánchez Ramos desde la avenida principal.

Aparcamos justo antes del paso de peatones de Benetton. ¡No es posible! ¡Hasta en los estacionamientos! La calzada parece inacabada en el espacio reservado para aparcar, como si se hubiera terminado el alquitrán de repente cuando echaron el asfalto algún año de estos. El quejío de los amortiguadores vuelve a repetirse.

Caminando, el paseo no se hace mucho mejor. Las hendiduras, el desgate del firme, los baches en los mismos pasos de peatones y la deficiencia en las juntas de la calzada con las aceras, son una prueba de obstáculos a ras de suelo también para los viandantes. Los alcorques inexistentes, rotos o inacabados --el plan de mejoras de Cánovas y Calvo Sotelo ha arreglado unos cuantos pero no ha llegado todavía al total--, y las baldosas que parecen reñidas unas con otras terminan por rematar la imagen doliente de Cánovas. Verde, pero rota.