La aparición del cinematógrafo, como espectáculo para el ocio y el entretenimiento, a finales del siglo XIX, va a facilitar una carrera, muy concurrida, de cines ambulantes que, de pueblo en pueblo, se encargan de difundir el nuevo invento. Las barracas de cine dieron paso a edificios concretos donde proyectar las películas que tanto poder de convocatoria tenían entre la población. Cuando llegaba el verano, debido al calor de las salas cerradas, se habilitan cines al aire libre para deleite del público. Una cuestión de plena actualidad debido a la proliferación de proyecciones públicas para acercar esta expresión artística a aquellos que no visitan los cines convencionales.

En Cáceres, los cines de verano eran un espacio para el divertimento y para tomar el fresco, lo de menos eran las películas. Recuerdo especialmente el cine San Blas, donde concurríamos niños y mayores de los barrios cercanos. Como mi barrio era Pinilla, allí que nos íbamos los muchachos cada fin de semana para pasar el rato.

El cine era un corralón grande, al que se accedía bajando unas inmensas escaleras que situaban al espectador en el patio de butacas, más que butacas, duras e incómodas sillas de madera o chapa, donde sudar las posaderas. Al fondo del cine se situaba la cabina de proyección y una especie de ambigú donde se despachaban pipas, caramelos y refrescos, como la Citrania, una gaseosa de fabricación local, rica en gases, que los muchachos utilizábamos para hacer concursos de eructos, era lo que había. En la parte delantera se levantaba la inmensa pantalla en la que se proyectaban películas que muchas veces ya habíamos visto antes, cosa que nos importaba poco, la cuestión era ir al cine.

LOS TITULOS títulos de las 'pelis' de aquel cine de verano, me han acompañado desde la niñez; Río Bravo , Tambores lejanos , Raíces profundas , Solo ante el peligro , Fu-Manchú o Los 7 Magníficos , forman parte de una filmografía que a los niños de los años 60 nos sirvió para conocer el mundo del celuloide. Películas realizadas sobre unos mismos valores éticos y artísticos, lo mismo daba que fueran de romanos que de pistoleros. El bueno era apuesto, valiente, ligón y el mas hábil con las armas y el caballo. El malo era feo, guarreras, traidor y un manta con las armas, además tenía mirada de malo. Los indios eran muy peligrosos, lo mismo cortaban la cabellera a los pobres caravaneros que esperaban detrás de un matojo para asaltar Fort Apache. Tenía que haber una chica valiente, guapa y recatada que enamoraba al héroe. Al final, el beso de los protagonistas, entre los silbidos picaros del público, servía de despedida a una noche, inolvidable y cálida, en el viejo y desaparecido cine de verano.