Los que somos de Cáceres de toda la vida y avanzamos hacia el futuro por la senda de la cuarentena, recordamos difusamente viejos cines que desaparecieron hace bastantes años, como el Norba, que estaba situado donde hoy se levanta el edificio del mismo nombre; o el cine del colegio San Antonio, al que yo, siendo muy pequeño, solía ir con mis padres los domingos por la tarde, y en el que, seguramente, Pedro Almodóvar --a quien IU le pide una calle en Cáceres-- comenzara a tomar sus primeras nociones cinematográficas para convertirse luego en el reconocido cinéfilo que es.

En las noches calurosas de verano se abrían las puertas del cine San Blas, con sus sillas plegables de madera enrejada y su piso de arena, a dos pasos de la iglesia del mismo nombre. Para el descanso de de las películas, los críos éramos convidados a una mirinda que acompañábamos al bocadillo que hacía de cena. Algunos muchachos más mayores, recién metidos en la adolescencia, se gastaban las pesetas de la entrada en paquetes de cigarrillos celtas cortos, y se escondían a fumar en los recovecos de una cuesta que daba a la carretera del cementerio, desde donde se veía claramente la pantalla de cine. Otra oferta de cine de verano venía de los pequeños circos ambulantes que se instalaban en los barrios periféricos de la ciudad, regentado por familias de titiriteros que tras la ejecución de sus piruetas y malabares, nos despedían cada noche proyectándonos películas en blanco y negro con el celuloide muy trabajado, picado por los arañazos del tiempo, y casi todas del oeste. Años más tardes también la Plaza de Toros se convirtió en cine de verano.

Pero los cines que mejor recordamos, por ser los últimos en cerrar sus puertas, fueron el Coliseo, el Astoria y el Capitol. Por entonces, el Coliseo y el Astoria ofrecían a la chavalería, los domingos por la tarde, la sesión infantil, durante la que se proyectaban dos películas. En el Coliseo, el cine que construyó el obispo Llopis Ivorra, allá por los setenta, podías ver desde el gallinero -una fila de bancos de madera situado en lo más alto y perdido de la sala- las dos películas por siete pesetas. En el Capitol se proyectaban las películas consideradas para adultos y al llegar la etapa del destape, cuando se mostraron los primeros desnudos femeninos en el cine español, se formaban unas colas interminables.

El Gran Teatro, que tenía un gallinero más grande y visible, siempre ha hecho a todo --teatro, sala de conciertos, mítines, cine-- es el único que se conserva, y paradójicamente, el más antiguo. Entre otros actos, acoge el la entrega de premios del Festival de Cine Español de Cáceres, un evento que a pesar de las adversidades se ha consolidado en la ciudad gracias a gente como Tinti Rebollo y Javier Remedios. Aunque quizá también haya que darle las gracias al gallinero del Coliseo, a las modernas butacas del Astoria y al destape del Capitol.