Para cualquier persona que tenga sensibilidad, pasear de noche por la Ciudad Monumental intramuros impresiona. Si el escenario es además utilizado para recrear un hecho dramático, el espectador no puede menos que sobrecogerse. Santos Benítez, presidente de la Unión de Cofradías Penitenciales, y los demás promotores de la Pasión Viviente de Cáceres lo saben. Quizá por este motivo, eligieron la zona monumental de la ciudad para representar la Pasión y muerte de Jesucristo, que pudieron disfrutar anoche cientos de cacereños y visitantes, en unas calles y plazas abarrotadas de público, como en las procesiones más concurridas, que hicieron prácticamente imposible la intención de los organizadores de que la gente se moviera de un escenario a otro para seguir la historia.

Jesucristo es llevado a la plaza de San Jorge por los soldados romanos.

Jaime Costas, exalumno de la Escuela Superior de Arte Dramático de Extremadura, Esad, concentró la tensión de más de doscientas personas que llevan meses trabajando en esta representación, cuando en la plaza Conde de Canilleros, vestido como Jesús, le dijo a Pedro y Juan, «siento angustias y tristezas de muerte».

Comenzaba así esta Pasión Viviente, directamente en la escena de la oración en el huerto. En esta plaza, transcurre también el beso de Judas, la traición y entrega de Jesús.

La comitiva con el preso se trasladó a Santa María, donde está uno de los dos únicos escenarios preparados para la representación, simples tarimas algo elevadas para que los espectadores puedan ver bien, y donde tiene lugar el juicio de Caifás, el sumo sacerdote de los judíos, representado por Teyo Rodríguez. La portada del obispado es el sanedrín, el consejo de sabios que, en la tradición hebrea, ejercían de jueces. Es ahí donde condenan a muerte a Jesús; pero ellos, los judíos, no tienen potestad para ejectuar la pena, por lo que entregan el reo a la jurisdicción romana. El cortejo, seguido por el pueblo, extras ataviados gracias al diseño de vestuario que han efectuado Carmen Masot y María Ángeles Rodríguez, llega al palacio de Poncio Pilatos, en la sede de la Esad en la plaza de San Jorge.

José María Núñez interpreta al prefecto de la provincia romana de Judea, Pilatos, que en la portada barroca de la Esad, como si de un escenario clásico se tratase, juzga por primera vez a Jesús, sin encontrarle culpable de sedición, como quiere Caifás.

¿Qué hacer entonces con el reo? «A quien está cuestionando es a vuestro rey Herodes», dice Pilatos, «llevadle, pues, ante él y que el rey de los judíos decida si este hombre es un peligro para él», ordena a Caifás.

Herodes, interpretado por Isidro Guerra, vuelve a juzgar a Jesús, en este caso, en el jardín de Ulloa, que devuelve de nuevo el preso a Pilatos que pide al pueblo que decida si soltar a Barrabás o a Jesús. El gentío de judíos, representado por extras, elige a Barrabás.

Desenlace

Frente a la estatua de San Jorge, tapado con un paño, un juego de efectos de sonido y luces reproduce de manera metafórica la flagelación de Jesús, su coronación de espinas, su dolor. Quien quisiera ver sangre, sólo vio una abstracción simbólica de la Pasión, en una reinterpretación contemporánea de los Evangelios.

La única sangre que hubo fue la que pronunció Caifás, «¡caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!», antes de mandar a Jesús a la cruz.

Y aquí entra en juego la segunda parte de esta Pasión Viviente, el Vía Crucis, en un cortejo de soldados romanos, llegados para la ocasión de Mérida, no podía ser más propio, un tambor tocado por Manuel Sellers que anuncia las catorce estaciones y previene al público, que llena las calles, de que deben callarse porque Jesús va a hablar, como hace a la mujeres de Jerusalén.

De San Jorge a Santa María, de ahí al Arco de la Estrella y la calle Adarve, vuelta por la puerta de Mérida, calle Ancha, San Mateo y San Pablo, donde está el segundo de los escenarios. Si no hay sangre en la flagelación, tampoco la hay en la crucifixión, recreada por un juego de luces proyectadas en humo, que simbolizan la cruz, en un ‘ardid’ no exento de riesgo. Más viento del deseado, hubiera transfigurado la escena.

El público en silencio, sabe que ha llegado el momento final, «¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?», pregunta Jesús. Muere el protagonista, es descendido de la cruz, le recibe su madre, María, interpretada por Esperanza Díaz, directora del Archivo Histórico Provincial de Cáceres. Cubren con sábanas el cuerpo, que introducen en el sepulcro, simbolizado en la puerta de San Pablo, que se cierra. La representación termina. El público, como cabía esperar, sobrecogido.