Mi coche ha dicho basta; después de diez y seis años y trescientos mil kilómetros quiere descansar. En realidad, no tiene nada grave, parece, pero el arreglo cuesta más que el propio valor del coche, por lo que según me aconsejan, no merece la pena la reparación. Me da mucha pena. La historia de un coche que ha estado tantos años con nosotros es, más o menos, la historia de mi familia. Y aunque es una máquina, - y nada más que eso-, es verdad que ha sido testigo acompañante de muchos de nuestras vicisitudes, de nuestras ilusiones -viajar siempre es emocionante- y de muchas sorpresas. Y lo que es más grave todavía: no tengo ni la menor idea del mercado actual. Tanto tiempo desconectado me ha hecho quedarme en una época en la que jugábamos a reconocer los modelos por la carretera e incluso la provincia y el país de procedencia cuando existían las matrículas con iniciales; esto es, me siento totalmente “descatalogado”. No solo soy incapaz de reconocer los modelos actuales, sino que, dada la cantidad existente, me parece un esfuerzo inútil e irrelevante. No obstante, estoy decidido a fijarme un poco en los miles de anuncios de la tele, a ver si surge algún flechazo y puedo elegir de acuerdo a los estándares actuales. No sé qué pensará usted, pero yo le confieso que me da una pereza terrible todo este asunto, que me pilla muy fuera de juego y que no me hace la más mínima ilusión. Además, me parece un desembolso económico grande y poco proporcionado. Es verdad que muchos usuarios conciben la compra del coche como un hecho social, o sea, más grande, más bonito y más caro que el del vecino o el del cuñado o el del amigo; respetable, cada uno se organiza como le parece, pero yo espero con tranquilidad a que mi familia presente sus preferencias antes de tomar una decisión que tanto afecta a la economía doméstica. Y en esto, como en el resto de las decisiones personales, las experiencias son múltiples y, a veces, hasta contradictorias. Así que, si trabaja usted en el gremio y me está leyendo, espero su oferta. Le prometo estudiarla con la atención adecuada.