Pedro Pavón, el feriante de Coria acusado de matar a su empleado de una puñalada, defiende que fue un accidente. Fue juzgado ayer en la Audiencia por un jurado popular, formado por seis hombres y tres mujeres, de unos hechos que ocurrieron a primera hora de la mañana del 20 de enero del año pasado. En ese momento el acusado vivía en una caravana aparcada en Coria, ya que se había separado de su mujer y se había marchado de la vivienda familiar. Comenzó explicando al Ministerio Público (se le veía tranquilo) que conocía al fallecido desde hacía 14 años, que para él «era como un hijo» y que se llevaban «fenomenal».

En el momento de los hechos se encontraba dormido en la caravana y le despertaron los golpes que dio el fallecido en la puerta. «Me dijo que venía a decirme que ya no quería trabajar conmigo, que le diera el dinero del desmonte (30 euros). Le contesté que se esperara a que hiciéramos la otra feria para que me diera tiempo de buscar a alguien, pero me dijo que no. Me sorprendió porque nunca me había dicho que quería irse», explicó.

No le tenía dado de alta, según agregó, porque trabajaba días alternos y por horas, aunque asegura que le había prometido que le inscribiría en la Seguridad Social «cuando pudiera». Le pagaba 30 euros por montar y desmontar las atracciones además de otros 20 euros diarios «trabajara o no».

Como su empleado no entraba a razones el feriante le dijo «que era un hijo de puta». En ese momento, según su versión, su trabajador le agarró de la pechera y «se lió a darme porrazos». Estaban en la puerta de la caravana y le tiró hacia dentro. Una vez en el interior, mientras seguía golpeándole, el feriante cogió de la mesa un cuchillo jamonero. Por los golpes ambos cayeron al suelo y el empleado se lo clavó en el tórax. «Se levantó del suelo y me dijo ¡ay, me lo he clavado!. Nos sentamos en el sofá y enseguida se desplomó», contó el feriante. Dice que cogió el cuchillo de la mesa sin darse cuenta de lo que era; en ella había también un plato y un tenedor de la cena de la noche anterior. El cuchillo, jamonero de 13,5 centímetros, lo había utilizado para comerse dos huevos fritos y dos filetes.

dice que le socorrió / Intentó socorrerle. Fue al lavabo para coger agua y echársela en la cara. En ese momento se llevó también el cuchillo y lo dejó en el lavabo. Asegura que lo dejó allí con el lavabo lleno de agua, pero que no lo limpió. Al darse cuenta de que su empleado no respiraba se quitó el pijama que llevaba puesto, lo metió en la lavadora (no la encendió), guardó el cuchillo en el cajón y se marchó a casa de sus hermanas, a Talavera de la Reina, para contarles lo que había sucedido. Ellas le convencieron de que se entregara.

Y así lo hizo. «En ese momento no llamé a la Guardia Civil porque estaba aturullado, lo que quería era hablar con mi familia para explicarle lo que había pasado. Él estaba muerto y yo me quería morir», señaló. A la Guardia Civil, según indicó el agente que le tomó declaración, le contó que habían tenido una discusión y que le había dado una puñalada, pero que no sabía cómo había sido. El agente recuerda además que en la cara el acusado tenía un pequeño hematoma, fruto quizá de la pelea anterior. Ayer declararon también la hermana del fallecido y del acusado.

La Fiscalía sostiene que lo ocurrido fue un homicidio y que el acusado le asestó una puñalada en el tórax al fallecido con la intención de acabar con su vida en el seno de una pelea. La acusación particular, que representa a la hermana del fallecido y única heredera, también cree que le clavó el cuchillo de manera intencionada pero considera que fue un asesinato al estar convencida de que la agresión se produjo sin haberse sucedido antes pelea alguna, sino una discusión verbal.

El tribunal del jurado deberá deliberar a partir de ahora y decidir si lo ocurrido fue un homicidio, un asesinato o un homicidio imprudente. El acusado se enfrenta a penas de 12 años y medio a 18 años de prisión.